A pesar de las altas temperaturas que estamos soportando, en esta primera oleada de calor de un verano de 2023 que se pronóstica de récord, mi calentón del escrito de hoy no tiene que ver con los grados, la humedad insoportable o el nivel que alcanza el mercurio en el termómetro.
La referencia a la calentura tiene que ver con detalles de la vida cotidiana que te hacen reflexionar respecto de la conveniencia del voto en las próximas elecciones generales. Esas que el iluminado de Moncloa ha decidido anticiparnos, como dijo que no haría, al citarnos en pleno fin de julio a las urnas.
Una decisión premeditada que obedece a una estrategia que solo él sabe y que, a la postre, deberíamos valorar su coste. No olvidemos que, además de toda la parafernalia asociada a una convocatoria electoral, con cartelería, publicidad, merchandising, papeletas y pago a responsables de mesas, deberemos sumar, como parece, la adecuación de los colegios electorales para que el votante y el equipo de cada una de las mesas no se vea perjudicado por la alta temperatura y el agobio estival propio de un 23 de julio. Por alguna razón siempre se han evitado las convocatorias en este periodo más propio de la playa y las vacaciones.
Voy a detallar, a continuación, cuatro vivencias que me ha tocado experimentar en un mismo día de calor y entrada en verano. Circunstancias que, a mi juicio, deben valorarse por el votante a la hora de decidir la elección del voto, entre uno connivente con todo lo que expondré, otro que supone una crítica blandengue pero permisiva con la situación o, como opción que yo considero la apropiada, un posicionamiento claro y contundente contra el abuso que puede derivarse de los ejemplos.
Empiezo con un asunto que tiene un amplio recorrido para el que quiera reflexionar en sus derivadas e implicaciones con la relación de convivencia moral que hoy domina en la sociedad española. Estaba cruzando una calle de mi localidad, con el semáforo recién puesto en verde para los peatones, y una persona en patinete eléctrico paso a toda velocidad provocando, casi, mi atropello y el de mi esposa. El personaje se saltó el semáforo y, a una velocidad impropia, estuvo a punto de provocar un accidente serio. Me reprimí y no arme la marimorena por dos motivos que entenderéis. El primero porque estaba fuera de su peso ideal –es la mejor manera que se me ocurre para expresar lo que todos ponemos en mente- y resultaba que su color de piel era sensiblemente más oscuro del que solemos tener los nativos de estas latitudes –también intento no ser lesivo-. Ante el riesgo de que la gente de alrededor pensara que increpaba a una persona por dichos matices, algo que no podemos descartar siendo conscientes de la comedura de cabeza que ha impuesto la progresía y el sanchismo, además del filtro en la conducta que supone el hecho de haber sucedido yendo acompañado, quedó autojustificado un inmerecido silencio que no puedo reprimir con el teclado delante.
Este tema se sumaba a un mosqueo que iba barruntando durante el paseo, al hilo de un tema que ya comenté hace unos días (publicación del 25 de abril con título ¿Negociar con okupas?). Como decía entonces, una vivienda ocupada próxima a mi domicilio estaba en negociaciones para abandonar dicha propiedad. A fecha de hoy ya no está afectada la vivienda por dicha lacra, previo pago de una cantidad sustanciosa, al mudarse la familia ocupante. Este abuso no puede seguir siendo permitido ni potenciado por ciertos políticos. El riesgo de efecto llamada y dinámica aprendida es preocupante. Se trata de un tema fundamental. Son necesarias políticas contundentes que defiendan los intereses y derechos de los contribuyentes propietarios frente a los delincuentes ocupantes. No debe permitirse que esto sea un negocio lucrativo con entradas de capital al son del cambio de ubicación de los infractores.
La llegada a un primer destino, como era la biblioteca pública de mi localidad, me hacía entrar en la tercera de las circunstancias. Una gran imagen con las siglas LGTBIQ+ (me pierdo con lo que quieren decir algunas de las letras) preside la entrada a un centro público como es el aludido. La verdad es que, si de verdad queremos normalizar una situación y que todos seamos iguales, sin que haya un atisbo de duda en la convivencia y el reconocimiento de todo tipo de relaciones más allá de la pareja que la naturaleza humana exige para su propia sostenibilidad, lo mejor es que dejemos de montar todo el circo implícito a la supremacía moral de estas minorías respecto de la realidad que define a un hombre y una mujer. No entiendo porque el orgullo, la fiesta y el reconocimiento, sólo puede ser del que no cuadra con la realidad natural del ser humano y su perdurabilidad como especie.
Y, ya metido en el berenjenal, en casa y viendo las noticias, se me hace imborrable de la memoria las colas en los bancos, entiendo que de hembras porque no se les ve ni un atisbo de piel, para cobrar las paguitas que repartimos los contribuyentes patrios a todo aquel que viene a nuestro país y dice que lo necesita. La verdad es que, viendo el sacrificio de los míos para avanzar y tirar para adelante, se me cae la cara de vergüenza al ver como nuestros limitados recursos los entregamos a gente que, en muchas ocasiones, es cuestionable que merezcan la ayuda que perciben. Recursos que entregamos sin que se compense el esfuerzo que hacemos los que pagamos impuestos. Pongo, por ejemplo, la posibilidad de llevar a cabo la limpieza tan necesaria de nuestros bosques por parte de las familias receptoras, lo que serviría también para blanquear mucho trabajo en negro de los que mandan a la mujer a cobrar las ayudas. Mientras se abusa y permitimos este abuso, son muchas las necesidades de los quedan al margen por la sencilla razón de ser de aquí. Es algo incomprensible.
Por todo lo dicho, el próximo 23J tengo claro que quiero un nuevo gobierno que sea claro y contundente para corregir todos estos agravios.
Con la cabeza alta y la elección de voto definida, espero que acompañen a Abascal un centenar de diputados en el Congreso de los Diputados. Su contribución es fundamental para evitar el riesgo de que sigamos agachando la cabeza ante los que abusan de España y los españoles. Con ellos gobernando o, como mal menor, sumando en una gran mayoría que deberán fiscalizar para que no se desvíe de lo conveniente, la cosa puede pintar mucho mejor. Está en nuestras manos el domingo 23 de este mes. Vota sin complejos y apoya lo que sabes, con total solvencia y seguridad, que no te defraudará ni buscará llegar a una mayoría apoyándose en los enemigos de España.
Borja Dacalan