El debate previo a las elecciones generales, con emisión en el momento televisivo de máxima audiencia, se sigue basando en el modelo de bipartidismo puro.
Hasta hace poco la victoria de unos u otros se redondeaba con la colaboración interesada del puñado de votos del camuflado nacionalismo moderado, a cambio de asfixiantes cesiones y concesiones. Con la llegada de Zapatero o, mucho peor, con Sánchez, pueden hacer alarde de fanatismo secesionista sin que tales argumentos sean ninguna traba. Todo vale para políticos vendepatrias, sin principios ni parangón en la historia.
En la actualidad el modelo bipartidista está superado. Siempre habrá un primero y un segundo, pero, ante la dificultad de mayorías absolutas, los que no cuentan en los debates prime time y ocupan el tercer o cuarto puesto, pueden ser muy decisivos.
La nueva realidad no es cuestionable. Y, por ello, quizás habría que ampliar el perímetro de los debates televisivos a 4. Al menos, en un debate serio, creo conveniente contar con un candidato como es Santiago Abascal, que nadie puede dudar de su motivación real, patriótica y sincera.
El paso de Abascal por el debate, rompiendo el pacto de los dos que se creen protagonistas, podría suponer un riesgo electoral para los que hoy tendrán, en exclusiva, sus minutos de gloria en Antena 3. Al obviar la importancia de su candidatura, o la de Sumar en el otro lado, se monopoliza la tensión electoral disimulando que, los que no van, pueden ser del todo decisivos al elegir el nombre del presidente de España.
Que de boca de Abascal afloren todas las mentiras que nos ha contado el actual presidente en funciones, todos sus vínculos con lo mejorcito de la sociedad, su hermanamiento con el líder alauita, sus indultos, el fin de la sedición, el fiasco del “sólo sí es sí”, el tito Berni o el control interesado del poder judicial, son ejemplos de temas que pueden herir la sensibilidad de muchos potenciales votantes socialistas que no se vean representados por Txapote, los golpistas o la manipulación de las instituciones.
Tampoco saldría bien parado el candidato de la oposición, que puede verse en una encrucijada si va de defensor de España y de la lengua española, cuando solo hay que ver lo que ha pasado durante su tiempo en la Presidencia de Galicia, emulando al pujolismo y haciendo que el gallego siga la misma senda que el catalán.
Entre sanchismo y Feijóo me quedo con lo segundo. Es imposible ser más malo y rastrero que Sánchez, pero parece que la dudas son muchas y no conviene debatirlas en público. Con noticias como la aceptación de los peajes en autovías, por mucho que se haya pactado con Europa, o la no cancelación directa y fulminante del invento de la mesa de diálogo con los separatistas catalanes, la elección de papeleta es más sencilla.
En todo caso, hagamos posible que la aritmética parlamentaria permita la entrada, en el deseable nuevo Gobierno de España, del partido que mitigará el efecto que puede suponer el paso de un Gobierno de mentirosos a otro de blandengues.
Espero que esta noche en televisión tengamos un buen partido de tenis o una buena película en otro canal.
Borja Dacalan