Aunque nos cueste creerlo, estando en plena canícula veraniega y muchos de vacaciones, las elecciones generales que tanto ansiábamos están a la vuelta de la esquina. Será este domingo que viene.
Nos hemos pasado los últimos años deseando que el narcisista ególatra que nos ha gobernado tirase la toalla. Siempre nos quedaba un atisbo de esperanza que justificaba tal expectativa. No parecía descabellado que dejase el cargo por pleno convencimiento, atendiendo a ese patriotismo que debería ser implícito a cualquier político que se presenta para presidir nuestra nación. Una posibilidad verosímil por avergonzarse de la bajeza moral que supone la sumisión a los que detestan la nación que les vio nacer.
Las promesas o juramentos al acceder al cargo, si son sinceras y atendiendo a los principios que se exigen a un cargo público, manifiestan la prioridad que supone la protección y defensa de la nación, sin olvidar la imagen y repercusión por estar al frente de una nación como la nuestra, con una relevancia histórica incuestionable e importancia en el contexto internacional.
Participamos en todos los foros importantes que mueven el mundo y, en concreto, somos importantes en el contexto europeo y, muy especialmente, los grandes referentes en lo que tiene que ver con todos los países hermanos de Hispanoamérica. De ahí el ridículo y la vergüenza ajena que nos genera lo que está pasando en el transcurso de esta campaña electoral. Una votación con fecha fijada por el propio Sánchez que ha cambiado el paso en la vida cotidiana de millones de españoles. Compatriotas que, por estas fechas, priorizan su descanso estival frente a la elección de inquilino para la Moncloa.
La estratégica decisión del que habrá hecho sus cábalas para que el resultado le saliese satisfactorio, al anticipar la cita con las urnas, debe verse correspondida con una respuesta contundente que evite la repetición de Sánchez como presidente de una nación que no siente, que no respeta y que solo utiliza.
La negativa imagen que ha dado durante su mandato, uniéndose con el comunismo podemita que tanto dolor ha infringido con sus errores, con los golpistas que hicieron frente al orden constitucional, con los que llenaron de sangre tantas cunetas y con todas aquellas inframinorías que querían sacar tajada de la debilidad de un gobierno sin escrúpulos, se ve ahora sentenciada con su comportamiento maleducado de los últimos días, en los eventos internacionales a los que debe responder como representante de España.
Su ego le ha obligado a permanecer como presidente sea como fuere, sin importar el coste y accediendo a todas las cesiones y concesiones que fueran exigidas por los chupasangres que le han sostenido. Su ego se ha visto colmado siendo el receptor de la antorcha de la Presidencia rotatoria de la Unión Europea. Y, ahora, su ego le obliga a dejar tirados a los mandatarios de Europa, de Hispanoamérica y de todo el mundo, para sincronizar sus obligaciones como cargo público -por el que le pagamos-, con la necesidad de omnipresencia como candidato en la campaña electoral del 23J –para que le sigamos pagando-. Es un ególatra impresentable.
Es ridículo lo que está pasando, partiendo de la base de que el cronograma de actos oficiales lo conocía y él fue quien decidió sacarnos de la playa para ir a votar. Una decisión que, para empezar, tiene un elevado sobrecoste (unos 50 millones de euros) para hacer frente al calor infernal previsto para ese fin de semana de julio. Una cita que a muchos nos afecta y fastidia, pero que se ve compensada por el gusto y recompensa que puede suponer el echarlo y acabar con el sanchismo.
Al votar pensemos en el riesgo y peligro que supone estar en manos de un tipo como éste. Una persona que se considera el mayor valor del partido y el eje sobre el que bascula el futuro de España y del socialismo español. Su pareja de baile, “La Yoli”, ego y narcisismo en femenino, junto con todos los que están anclados y no diferencian el pasado constitucional del PSOE con el actual partido, más todos los subsidiados que amplían su base electoral, pueden generar ciertas dudas a la hora de asegurar la despedida del que lleva días pululando entre reuniones oficiales y mítines.
El sanchismo ya ha avisado de que repetirá su alianza Frankenstein y sabemos de antemano que el PP no logrará la mayoría absoluta. Por eso, al escuchar ciertos comentarios del que puede ganar, pero no gobernar, empieza a peligrar y ser cuestionable lo que parecía del todo lógico, deseable y alcanzable. Muy pocos dudaban del cambio de gobierno sobre la base de un pacto entre PP y VOX, una suma de partidos que obedecía a los deseos de la mayoría, pero que ahora Feijóo cuestiona.
Es necesario que nos dejemos de encrucijadas peligrosas y de riesgos, cuestionando pactos o llegando a decir que se prefiere al PSOE para pactar. Un comentario que deja con mucha tensión el ánimo de los que ansiamos un cambio y detestamos todo lo que ha supuesto el devenir de España de la mano de los que tienen como líder a Sánchez. Una persona que tendrá un capítulo oscuro en la politología y en la memoria histórica española.
La aritmética nos obliga a pensar que la solución al mal mayor es Feijóo, pero éste no debe dar la espalda a la mayoría necesaria, convencida y solvente que se requiere para acometer todos los destrozos que ha supuesto el paso del sanchismo por nuestra historia. No debe haber dudas. Lo necesario y fundamental es contar con VOX como aliado. Es la mejor mayoría parlamentaria para que las cuestiones afectas, por ejemplo, a nuestra lengua común o a la soberanía carezcan de recorrido permisivo, tanto en el ámbito doméstico como en el relacionado con el otro lado del estrecho de Gibraltar. Para todos los temas el debate interno y la negociación es lo esperado y deseable, pero, para estos temas candentes y sensibles, VOX es sinónimo de garantía. Y esa es la razón por la que muchos votantes tienen clara su papeleta del domingo.
Hacer un requiebro, como está planteando el candidato popular en campaña, para evitar lo deseable o jugar al gato y al ratón, con la esperanza de que hará mella en un electorado convencido como es el del partido de Abascal, es un error. La mayoría de votantes de VOX dejaron de serlo del PP, al ver que se aproximaba a las tesis del nacionalismo y, con lo que se va oyendo últimamente, las dudas sembradas agudizan el ansía por votar verde. Hay que centrarse y ver que el enemigo real es el sanchismo y todos sus socios antiEspaña, no VOX.
Las medias tintas y las carantoñas con los que pueden volver a ser nacionalistas “moderados” para el PP, si la situación y las posibilidades lo avalan, son temas que debemos evitar. Ya han sido muchos los costes que hemos pagado los españoles, especialmente los catalanes, creyendo las mentiras y las falsas fidelidades constitucionales de los corderitos que hoy presumen de lazo amarillo e indultos, por lo que conviene recordar el aprendizaje y no dar posibilidad alguna a todos esos partidos interesados e irrespetuosos que pretenden acabar con España o su modelo de Estado. No repitamos otra puñalada a los españoles como las que nos ha infringido Sánchez y sus palmeros.
Pensemos que, tras el 23J, el trabajo que va a suponer la corrección de tantos errores es mayúsculo y, para ello, lo que nos conviene es una mayoría consolidada y suficiente con la suma de PP y VOX. El 23J nos jugamos mucho. Es el momento de ir a votar sin complejos y pensando en lo que de verdad importa, el futuro de España.
Javier Megino