Han pasado unos días y, por lo que parece, lo de este domingo 23 de julio no ha sido una pesadilla. Por prudencia he esperado a los resultados definitivos tras el cómputo del voto CERA, el del exterior del que tanto se ha hablado y ha supuesto un cambio de escaño del PSOE al PP en Madrid, para comentar lo sucedido tras una cita electoral que empezó siendo esperanzadora y acabó siendo frustrante.

Lo que nadie podía pronosticar, teniendo en cuenta el runrún en la calle, las opiniones aparentemente sinceras de la gente y el ambiente sociopolítico, ha acabado por convertirse en la inesperada realidad. A pesar de ese trasvase, lo más probable es que el sanchismo reedite su alianza con comunistas y separatistas. Incluso, ahora más, si cabe, el previsible gobierno investido por el conglomerado de minorías Frankenstein deberá someterse al límite a las condiciones impuestas por los golpistas del lacito amarillo y los herederos del terrorismo. Parece que, en contra de lo esperado, vamos de mal en peor.

El poso de un posible fraude con los votos y las actas, algo factible estando la gestión de asuntos trascendentes como el voto por correo o la contabilidad informática de los recuentos electorales en manos de personas colocadas a dedo por el que manda, puede suscitar alguna duda. Además, se sabe que, para Sánchez, todo es válido con tal de no perder el poder. Confiemos en que algún día sepamos toda la verdad y no quede en el ambiente ninguna duda que nos haga pensar en la añorada dinámica pseudochavista. De momento, a expensas de que se desmienta, el “piensa mal y acertarás” puede tener cierto recorrido entre la opinión pública.

Al margen de esa indeseable intromisión, que puede solo obedecer a la sospecha infundada, esperemos que la lección se haya aprendido. Era fácil apreciar la tensión en los días previos al voto y parecía claro que no todo iba bien durante la campaña. En este sentido, el despiste en las filas de la alternativa era evidente. Los complejos y la necesidad de protagonismo, al ningunear o hablar mal de quien, a pesar de todo, sigue mostrando su apoyo y compromiso con la posible investidura de Feijóo, ha sido muy influyente. Pretender huir de la mayoría deseable por el electorado, apelando a los mismos argumentos que planteaba el verdadero rival en la contienda electoral, al demonizar a VOX e intentar que fuese injustificable su apoyo al PP, acabó con todas las esperanzas de un cambio necesario. Atacar a tu aliado no parece la mejor estrategia cuando la suma era del todo necesaria. Desviarse del objetivo, haciendo de VOX el rival a batir, cuando el enemigo de España es el sanchismo, ha sido determinante.

Hemos visto que, a pesar de las dudas y los costes que supone gobernar, con todos los errores y tantas humillaciones que ha supuesto la pasada legislatura, la maquinaria gubernamental está bien engrasada. No ha repercutido en el resultado electoral el uso abusivo y sin piedad de los decretazos como herramienta de fidelización. Las subvenciones varias, los bonos para jóvenes y las subidas de pensiones, entre otras compras evidentes de opinión aplicadas en momentos clave y con la mirada puesta en la convocatoria siguiente, junto con el uso de los medios de comunicación supeditados y serviles, han completado un plan perfecto. A golpe de millones de euros, sin importar el gasto y el endeudamiento del Estado, se estaba garantizando el apoyo electoral con un éxito indecente que no podemos cuestionar. De los pederastas y violadores liberados o en mejores condiciones ya nadie se acuerda.

La imagen pública de los dos bloques enfrentados en la contienda electoral ha sido muy dispar. Por una parte, era evidente el vínculo entre los dos consortes que se repartían la plancha y la recogida del lavavajillas, con carantoñas y un enamoramiento poco camuflado. Mientras, al otro lado, todo era ruido y visibilidad de un nulo recorrido en la pareja “de la esperanza”. Demasiada influencia del “qué dirán” y de la palabrería del macho alfa sanchista, Máster en la descalificación, la mentira y la manipulación. El sanchismo sabe bien cómo desmontar la solidez de la suma alternativa y lo peor es que el público se cree sus mensajes manipulados. Influir en la población con el miedo como argumento se ha demostrado suficiente para condicionar al elector. Los socialistas tienen un verdadero filón en el rencor guerracivilista, recuerdo que tienen como fructífero e insustituible reclamo electoral. Una guerra con casi un siglo por delante, pero que, interesadamente, está mucho más presente en el día a día que el reciente fin de ETA y el blanqueo de su herencia política.

La derecha blandengue, fruto de sus mensajes hirientes contra Abascal y VOX, ha podido agotar el crédito de su actual estandarte. Feijóo puede ser un candidato cuestionable y no futurible si no logra una mayoría para gobernar, tras tener el viento del todo a favor. Quizás sea el momento de potenciar ese recambio femenino que, en las bases del PP, tanto se espera. Un salto al liderazgo nacional de Ayuso que, con el tándem de Abascal, haría viable la posibilidad certera de tener a una mujer como presidenta del Gobierno de España. Las apuestas tibias y poco alentadoras, con numerosas dudas y preguntas, a tenor de lo que sabemos de Feijóo y su gestión en Galicia, por ejemplo en el conflictivo tema de la política lingüística, deberían quedar en el pasado. Una etapa a superar, tras ver la incertidumbre que ha ocasionado este PP incapaz de asimilar la necesidad del apoyo de la que es la tercera fuerza política nacional. Una alianza que, en gran medida, servía al electorado como garantía de la aplicación de las medidas contundentes que son necesarias, algo impensable con el PP en solitario o condicionado por esas minorías nacionalistas que ellos consideran, por interés y cuando les conviene, como “moderadas”. La apuesta del todo o nada, que ha protagonizado su campaña, pensando que mermando al aliado se iba a sumar lo suficiente para ir por libre y alcanzar una mayoría absoluta que quedó para momentos pasados, nos ha abocado a un futuro de alto riesgo para el futuro de España, al dejar la nación en manos de los que la odian. Txapote y Puigdemont se están frotando las manos.

La presuntuosa y prematura adjudicación de Ministerios y vicepresidencias, sin tener cumplido el jalón imprescindible que es ganar de forma solvente, fue un fallo garrafal del PP. Al menos acertó al no participar en el show televisivo de la tele controlada. Algo que solo buscaba el lucimiento del que, en el cara a cara de Atresmedia, perdió toda opción. Para esa cita, tal y como hizo Feijóo, también debió ausentarse Abascal. El debate de La1 debería haber sido un cara a cara de la parejita con sus socios del separatismo. La emisión del canal público, supeditado y bajo tutela de la lacra podemita, debía haber servido para dejar un valioso testimonio grabado con el detalle de lo que piensan sacrificar y lo que no piensan aceptar en las negociaciones con los chupasangres que parasitan y viven de las necesidades del sanchismo.

Borja Dacalan