Acabando el veraniego mes de agosto, con unos días en los que el termómetro parece que ha pedido tiempo muerto para dejar de lado las cifras propias de tanta ola de calor encadenada, volvemos a las duras expectativas que supone la inmersión de nuevo en la vida laboral posvacacional. Tarareando la «nochentera» que todavía resuena en mi cabeza, lo de la fiesta ochentera habrá que dejarla aparcada para más adelante. Ya habrá algún puente festivo que sirva de referente motivador al que aferrarse.
Dejando al margen la canción del verano, el soniquete que se repite en estos días tiene como protagonista al “pibón” de la Federación Española de Fútbol. El de Motril es una de esas personas que, solo con verla, ya sabes que opta seriamente a la medalla de plata al ego y narcisismo. Queda descartada la posibilidad de lograr la medalla de oro, al estar ésta adjudicada desde hace tiempo en favor del chulapo de la Moncloa. El mencionado cargo federativo ha tenido en su mano la posibilidad de dejar de ser la comidilla de todo el mundo, para ello solo tenía que haber dimitido en la Asamblea Extraordinaria de la RFEF como se esperaba, pero decidió ponerse pibón.
Le conviene entender y asumir que, con su conducta e impulso incontenido en la celebración del Mundial femenino, se equivocó. No le queda otra que aceptar que no estuvo a la altura de lo que se espera de un representante de una Federación y de un país como es el nuestro. No se trata de un forofo más, se trata del máximo representante del fútbol español. Lo de tener a toda la familia defendiendo una causa perdida o, incluso, encerrarse en una iglesia sin comer, hace que la noticia siga sirviendo para sacarle punta en todos los informativos y programas de tertulia. Algo que no va a condicionar, como todos sabemos, que tenga el final previsible con un castigo ejemplar a la vista. Aunque, también hay que decirlo, siendo evidente la gravedad del tema, me sorprende que tenga alcance mundial e, incluso, llegue a hablarse del “piquito” en la ONU.
Rubiales, que ingresa casi un millón de euros al año -un matiz que conviene resaltar- no calibró bien el riesgo de sus impulsos. El abusivo importe de sus emolumentos está en la cuerda floja y, junto a lo acontecido con el beso no consentido a Jenni Hermoso, hemos de valorar la gravedad de su comportamiento impropio sumando su actitud troglodita con hembra al hombro en el césped del campo o, todavía más humillante, su show en el palco a escasos metros de la reina y la infanta. Haciendo el sumatorio de todo el historial de acontecimientos en esa jornada de celebraciones se ha convertido en un tipo barriobajero y chabacano que, ni de lejos, se corresponde con la imagen que debe darse de una potencia deportiva como es España. Por eso, sin olvidarnos del turbio y oscuro pasado que se relaciona con su persona y decisiones, debe ser apartado de la representación de algo tan importante como es el fútbol español.
Pero lo que duele especialmente es que, con su trayectoria y la guinda del pasado 20 de agosto, ha logrado oscurecer el brillo que supone algo tan grande como que las jugadoras de fútbol de la selección nacional hayan logrado hacer a España campeona del mundo. Esto si que es una verdadera pena. Disfrutamos de un triunfo para enmarcar, pero, sin embargo, la noticia no deja de ser la que es. El momento que vivimos merecería que la victoria de nuestras mujeres estuviera en boca de todos, con la honra que supone alcanzar la cima en el fútbol femenino, pero Rubiales ha logrado que se minimice el gran hito que es ver a las nuestras en el podio levantando la copa. Un coste y perjuicio imperdonable para el fútbol de nuestro país.
Por otro lado, su chulesca conducta está humillando a España y pone en riesgo la posibilidad de organizar el Mundial de Fútbol de 2030. Estamos hablando de algo muy serio. No sacarlo del tablero de forma inminente, sin puertas giratorias que blanqueen lo sucedido, puede acarrear un alto coste para nuestra candidatura. Pero, para arreglarlo, no tiene que venir la orden ni de la ONU, ni de la Casa Blanca, ni de Bruselas o por indicaciones del Papa Francisco. Tendríamos que ser autosuficientes y serios, solucionando el problema de forma doméstica y con agilidad, minimizando el daño que pueda infringirse al deporte español y siendo conscientes de que nos miran desde todo el planeta.
Los españoles hemos de sacar pecho por nuestros éxitos y saber disfrutar del orgullo que supone el goteo constante de grandes victorias para España, sin dejar de actuar de forma ejemplar ante toda conducta desafortunada e impropia. Estamos en un momento de esplendor de nuestro deporte, sumando campeones del mundo en numerosas disciplinas y no debemos condicionar el futuro del deporte nacional por desafortunadas conductas como la de Rubiales.
Ahora bien, al margen de todo y muy especialmente de los tiempos requeridos para tomar decisiones, lo del chantaje que supone la amenaza con dejar de jugar en la selección, como se aprovecha ahora para presionar y que se apliquen soluciones, nunca la entenderé. Llevar la camiseta de España y luchar por ella debe ser un orgullo y lo máximo para cualquier deportista. La necesaria depuración en la burocracia y todos sus vividores debe hacerse sin perjudicar los resultados y la competitividad de nuestros equipos nacionales.
Borja Dacalan