Todo lo que es deseado y ha requerido esfuerzo para conseguirlo, merece conservarlo. Esto, tan fácil de entender, es imposible verlo reflejado en la política. Una transición democrática digna de admiración en todo el mundo, es vituperada por los que desean revertir el Estado hacia una República y por los que quieren excluirse de él. Una situación que en otros países de nuestro entorno sería impensable, aquí parece no preocupar, ni alzan su voz los miembros del poder judicial, ni de otras instituciones de la Administración, sólo llenan las páginas de los periódicos y las imágenes de los informativos los gestos del señor Rubiales y lo que marcan los termómetros del cambio climático, mientras España está perdiendo su libertad en el ámbito nacional y también fuera de nuestras fronteras. De eso ni hablar, ya se cuidan de poner mordazas los que controlan los medios audiovisuales al descartar reflexiones sobre los incumplimientos de la ley y sobre el deterioro al más alto nivel que sufre la democracia.

El ciudadano en general está poco documentado en los pormenores imprescindibles para que funcione debidamente un Estado de Derecho. Fácil sería planificar un programa televisivo que detallase el porqué y cómo se llegó a asentar este modelo político, explicar sus beneficios y en gran medida los cuidados que merece, no sólo por parte de los que han decidido participar a través del entramado representativo sino también de los que se acercan a las urnas a depositar su voto. No es suficiente hacer ese gesto cada año electoral, se debe, requisito en un país libre, implicarse en ese espacio ocupado por los políticos y valorar sus actos, sus pronunciamientos.

Un ambiente social sin referencias, sin argumentos para indicar las pautas que configuran la convivencia, no puede ser el que ofrezca a la juventud un modelo ilusionante. A eso se ha llegado, sólo interesa la diversión, pocos retos, la chabacanería y no trabajar. El abandono escolar es el espejo en el que se miran los adolescentes o si no es así, la eliminación de los suspensos ocupa los logros de un Gobierno que se autodenomina progresista. ¿Progresismo?, Interesante sería saber qué entienden por ese término al argumentar sus discursos. Palabras huecas en una sociedad dirigida por una mayoría de políticos faltos de formación académica, desconocedores de la disciplina que otorga el trabajo y sobre todo sin ética, capaces de pactar con quién sea y cómo sea.

Se está despojando a la sociedad de los argumentos que han guiado a alcanzar la igualdad de derechos, los principios que le permiten ser solidaria, los acicates laborales y otras muchas referencias necesarias en el transitar por la vida. La apatía o el escaso interés por la situación del país adormece las mentes y el martilleo de las frases acuñadas por ciertos políticos impiden apreciar los NO de algunos sectores de la ciudadanía.

Se nos está despojando de las medios acuíferos, energéticos, paisajísticos, alimenticios. Se está privando a nuestros jóvenes de niveles académicos, a nuestros niños de la inocencia, a las mujeres del respeto que merecen y a los hombres de la presunción de inocencia, sólo para destruir lo conseguido con el paso de los años y para permitirles dirigir un país incapaz de defenderse, de sentirse satisfecho del esfuerzo de miles de generaciones predecesoras, unos ciudadanos que han desistido de todo lo que les hace ser ellos mismos.

La primera reacción ante tal desastre, si se quiere, es reconocer los grandes fallos por parte de todos, tanto los que han sido dóciles ante el engaño como los que no se agachaban, pero a los primeros reveses se han quitado de primera línea, ser señalados les incomodaba y prefirieron ausentarse, no pensar en las consecuencias ha sido lo más cómodo. Sólo una minoría ha resistido aunque no libres de culpa, pues en ocasiones el protagonismo ha impedido aglutinar esfuerzos y forjar una firme oposición.

Ahora toca huir de esos errores y poner como meta el defender el sistema democrático, las libertades y por encima de todo ello la presencia de España, en toda su integridad, no debe permitirse difuminarla a través de falsas narraciones salidas de la matriz independentista.

Ana María Torrijos