La noticia ha dejado de ser el rubiales federativo para ceder el protagonismo a la rubiales teñida de la política. Se pasa el testigo a quien ha sido capaz de elevar al comunismo que viste de Prada a las cotas más altas, tanto como llegar a ser la consorte del sanchismo. Su bastón de mando ha sustituido y camuflado el hedor del originario podemismo, ese que migró del minipiso vallecano al palacete de Galapagar, engañando al votante con perfumes, kilos de maquillaje y vestimentas de alto copete. Ambos, la versión rojo sangre agonizante y el rojo carmín que ahora corta el bacalao, son la voz del extremismo comunista y todo el mal que éste representa.
La vicepresidenta en funciones, en una flamante puesta en escena siguiendo indicaciones del amo, ha bendecido con su presencia a los fugados de la Justicia española. Les condecora por sus servicios haciendo entrega del salvoconducto para lograr, con la connivencia del PSOE y sus votantes, el fin de España. Un acto de sumisión absoluta que supone, con vistas a la próxima investidura de Sánchez, poner el futuro de la gobernabilidad nacional en manos de los que declararon la independencia y negaron la legalidad vigente en Cataluña. Si esto no genera tensión social, apaga y vámonos.
Se acaba el plazo para que -como he leído en otros artículos- el cagabandurrias Page cumpla con las expectativas. Debe sentir la obligación de ejercer como contrapeso ante este desliz de la historia que está siendo el paso de Sánchez por Moncloa. Me sumo a las palabras que le piden al barón castellanomanchego del PSOE que lidere una necesaria, urgente y esperanzadora revolución interna que, al menos, genere un debate claro acerca de lo que supone la etapa sanchista en el devenir y futuro de la nación española, o lo que quede de ella. Muchos esperamos que deje de aparentar, pasando a la etapa de camisa remangada. Ánimo valiente.
Mientras seguimos a la espera de una deseable solución endógena, tras el fiasco de unos votantes socialistas embobados por la serpiente sanchista y sus mentiras, veremos el desfile de los segundos espadas, como supone el desplazamiento a Bruselas. Algo que nos ha brindado una imagen que tiene una trascendencia inmoral que es difícil de calificar, al tener a una vicepresidenta del Gobierno de España rindiendo pleitesía a domicilio a todo un peligro para la convivencia, como es el endiosado Puigdemont y todo su rencor fanático supremacista.
Vamos a pensar que la reunión de esos seres superiores, en alusión a los catalanes y la gallega, haciendo eco a las asombrosas palabras de Feijóo haciendo diferenciales a los nacionalismos periféricos, sirvan de algo. Quiero pensar que la representante del Gobierno de España ha viajado para intentar convencer a los fugados de su osadía y que pidan perdón a los catalanes, entrando en razón y poniendo como prioridad la legalidad constitucional. Es indudable que le pongo ilusión en positivo al acontecimiento.
Me complace pensar, al menos, que la gallega y los fanáticos establecidos en la capital belga han podido hablar sin costosos traductores, en una demostración de la utilidad de la lengua común que nos une y desprecian.
Borja Dacalan