Conviene empezar reconociendo que la afluencia al acto central del pasado 12 de octubre en Barcelona, en referencia a la manifestación y posterior concentración en Plaza de Cataluña, no fue similar a la de hace unos años.

En este impás, en el que estamos pendientes de los costes definitivos que tendrá la investidura del candidato sanchista, vivimos un momento en el que todo se baraja, todo puede ser, pero falta que se consume la desgracia. Las peticiones de los que abusan y quieren destruir el país son del todo conocidas, así como la decencia e inmoralidad patriótica del que valora aceptarlas. Vemos la senda de los acontecimientos, los pasos que se van dando, las alianzas que se consolidan, las prebendas que se van aceptando y, a estas alturas, sólo nos queda ver el remate definitivo.

La más que posible claudicación, y desgraciadamente no antes, parece que puede ser el momento de inflexión para que la sociedad reaccione y, quizás, se llegue a movilizar y responder masivamente ante el agravio generado. El problema es que, para entonces, ya puede ser demasiado tarde o las correcciones a tanta sin razón mucho más laboriosas.

La falta de visibilidad cierta de la humillación a España y sus símbolos, aunque ya está en fase creciente y efectiva, parece que todavía no es del todo accesible al común de los mortales. La gente, en la tranquilidad y la monotonía de su día a día, cree que la situación está controlada y que, por supuesto, no está justificada la energía que supone el valioso esfuerzo de levantarse del sofá. Para la mayoría de los catalanes todos los días son iguales, con el rey reinando, el fugado en su madriguera, la selección española masculina de fútbol clasificada para la siguiente Eurocopa, las banderas ondeando en la plaza de San Jaime, el circo del separatismo con sus paranoias y palabrería, acostumbrados a una mentira tras otra por parte del inquilino de la Moncloa, con los medios de comunicación palmeros al paso que se les pide, disponiendo cada mes de la pensión indexada al IPC, y, para colmo, con las paguitas fluyendo por doquier y con los 400 euros para los jóvenes en juegos de consola a bombo y platillo, sin que nos importe que se usen como incentivador descarado del manipulable derecho al voto del joven que se inaugurará en tales menesteres.

Se ha salido a la calle, cierto, pero la verdad es que no con el impacto que realmente merece la situación. La convocatoria del domingo 8, además de la que llevamos a cabo el pasado 12 coincidiendo con el día de nuestra fiesta nacional y la Hispanidad, ha pretendido servir de muestra del descontento generalizado de la sociedad. Dos momentos clave para manifestar el grado de agobio que sienten los españoles con orgullo de serlo, ante la falta de moralidad de los que ansían el poder sin que les importe las consecuencias de sus alianzas con las variopintas minorías separatistas.

No nos vale el autoengaño. Debería haberse movilizado a varios millones de españoles, para gritar y pitar a un previsible gobierno que nos vuelve a condenar al destrozo, y no ha sido así. La realidad es que, o no ha calado el mensaje tal y como se pretendía o, sencillamente, lo que sucede es que la gente está harta, cansada y desmovilizada. Tantos años con la cantinela hacen mella en la implicación, imponiéndose poco a poco el pasotismo.

Pero una cosa es que no haya habido un seguimiento como el que hubiésemos querido, con varios millones de españoles exigiendo decencia y moral a los que nos van a gobernar, y otro es leer, como ha sucedido en la información suministrada por el Ayuntamiento de Barcelona tras la convocatoria de Espanya i Catalans del pasado jueves 12, que hubo una participación de un millar de asistentes.

Duele ver como se disfraza la realidad, transformando los resultados alcanzados condicionando la valoración en función del convocante. La vara de medir, al hacer cómputo de asistencia a citas del constitucionalismo frente al separatismo, ya sabemos que no es la misma y, en este sentido, sonroja ver el comportamiento y criterio subjetivo de los que hacen los cálculos y los informan.

Con la plaza de Cataluña llena, algo empíricamente demostrable al ser visible desde la tarima de final de manifestación, la valoración oficial de asistencia queda muy en entredicho. La satisfactoria participación de manifestantes cubriendo todo el ancho de paseo de Gracia, durante la bajada con destino a una plaza de Cataluña que disfrutaba de la tradicional Feria de entidades con una veintena de carpas representativas del asociacionismo y la política constitucionalista, además de la compañía de una rúa con bailes hispanoamericanos con más de dos mil bailarines acreditados y cerca de una cincuentena de comparsas, a los que sumar la presencia de todos aquellos integrantes de sus respectivas familias, me parece ridículo fijar en 1.000 la participación.

Mucho más objetivo y sincero es reconocer que, a pesar del efecto que puede suponer el famoso puente festivo del Pilar, junto con la penalización que pudo darse por la coincidencia de otra cita similar cuatro días antes, estamos muy satisfechos con una participación que, para la organización, superó con creces los 10.000 asistentes. No digo más, el que estuvo lo sabe y lo vivió. Sirva este escrito como agradecimiento por el esfuerzo y compromiso de todos los que estuvieron y participaron.

No queda otra que concienciarnos de la necesidad de la movilización ante la que se nos avecina. No puede quedar silenciada nuestra voz, con un mísero Gobierno que es capaz de conceder sin límites y solo interesado por seguir en el poder cueste lo que cueste.

“Basta ya de concesiones”

Javier Megino