A estas alturas de la vida puede ser que muchos de nosotros hayamos sido padres. También es muy probable que la mayoría hayamos disfrutado de la compañía, en la infancia y adolescencia, de algún hermano o hermanos. Por tanto, lo que voy a decir se va a entender y, muy probablemente, creo que me darán la razón.

Al referirme a la paternidad estoy convencido de que muchos habréis sentido, como reconozco que me ha sucedido en algún momento, la angustia ante lo imprevisible cuando el silencio y la calma protagonizan la vida en casa. Siempre se está alerta, como padre responsable, frente a la adversidad que puede declararse tras un periodo de calma que, en la mayoría de las ocasiones, es el modo con el que se cierra el ciclo que empieza con un inquietante y preocupante silencio.

Eso es lo que siento al ver cómo callan los sanchistas, a la orden y directrices del macho alfa, para evitar el término amnistía o cualquier mención a una hipotética consulta, poniendo en juego la soberanía de España sin contar con la opinión de todos los españoles. Cataluña es tan mía, como nacido en Barcelona, como lo es de cualquier otro español. Realmente es para estar muy inquietos ante lo que nos puede deparar la sumisión de un personaje como Sánchez y su afán patológico por lograr la ansiada investidura aupado por todos los antiEspaña.

Mi alusión a la tenencia de hermanos es por algo que no creo que nadie pueda negarme, más si has sido el mayor entre ellos. Seguro que en alguna ocasión nos hemos podido aprovechar del margen de permisividad que se acredita a los pequeños de la familia. Éstos, direccionados por el mayor de la camada, han podido actuar en base a las metas y objetivos del que les guiaba, siendo usados como ariete por el mero hecho de tener cierto crédito ante posibles deslices. Este ejemplo también sirve de fiel reflejo de lo que acontece con el uso de los palmerillos ministeriales, sumisos y a la orden del mentiroso narcisista en funciones presidenciales.

En un mar de silencios y de negociaciones, que tildan de discretas cuando son rastreras, el silencio en la madriguera se ha visto cercenado con una puesta en escena muy mediática, para dejar constancia pública de una declaración de amor eterno que llega tras una farsa de tensión que intentó aparentar roces entre la pareja de hecho política. Desde fuera ha sido ridícula esa escenografía entre los que son tal para cual. Para esta legislatura el señor de los espejos ha elegido el rubio teñido y frasco de maquillaje pijo por comparecencia. Atrás quedó el abrazo de la coleta.

Por eso no queda otra que “estar a la guait”, atentos y vigilantes, con toda la precaución que merece una situación como la actual, viéndonos en manos de un vanidoso ególatra. Un interesado capaz de arruinar la esperanza e ilusión de muchos españoles que, a diferencia de él y todos sus partidarios, queremos a España, el país que nos vio nacer y al que seremos fieles de por vida.

Borja Dacalan