La libertad es la capacidad que tiene el ser humano de actuar por voluntad propia. Ésta es la definición que nos aportan los diccionarios. Pero no se nos regala, muchas son las limitaciones que surgen y la dificultan. Desde el mismo momento de nacer están presentes una carga genética y unos condicionantes sociales que no nos permiten estar en igualdad de condiciones con otros que al mismo tiempo han abierto sus ojos. Una realidad a la que se sumarán otras muchas y a las que debemos enfrentarnos para alcanzar la satisfacción de sentirnos libres.
Nada se nos ofrece gratis, hay que conseguirlo con esfuerzo y lo mejor es formar parte de una sociedad regida por una leyes destinadas a favorecer esa meta, unos derechos que nos motiven. El 28 de octubre, un solemne acto, el juramento de la Constitución por la Princesa Leonor, garante de esa libertad nos ofreció el respaldo “Confiad en mi”.
Frente a ese instante de seguridad, el señor Sánchez lanzó, sin miramiento alguno, un epitafio a la legalidad, regalar a los enemigos de las libertades la independencia del poder judicial. Amnistía a todo lo que obligó al rey Felipe VI en octubre del 2017 dirigirse a la ciudadanía para alentarnos con “No estáis solos”. Unos episodios lamentables, cargos oficiales en clara rebeldía, grupos violentos en la calle, quemas de enseres públicos, soflamas, insultos a las fuerzas del orden, todo esto es lo que los ciudadanos tuvimos que vivir y que ahora por interés de un impropio presidente en funciones se ha de considerar dentro del marco de la legalidad. Olvidarnos de la incertidumbre, del temor, del trastorno del ritmo diario que instauraron aquellos altercados y de los enfrentamientos con los miembros de la Guardia Civil, de la Policía Nacional que en el ejercicio de su labor intentaban contenerlos, sería impropio de una ciudadanía que se supone preparada para asumir lo que dice la Carta Magna “la soberanía nacional reside en el pueblo español”.
Lamentable la falsa imagen del gestor de esta hazaña, imagen que nos ofreció ante el Jefe del Estado, someterse a la ley, mientras en la trastienda estaba preparando el acuerdo de su derribo, una claudicación de toda la estructura institucional, arropada con dinero de todos y con un toque sabroso, la concesión de la red ferroviaria de cercanías. Los poderes del Estado tienen una función bien detallada, y no es legal que uno de ellos, el ejecutivo, desconecte al legislativo y deslegitime al judicial. Si no se da un alto a ese proceso, en un instante habrá un sistema autocrático al servicio de una casta política, sin alternancia posible.
Un jefe del ejecutivo en funciones, arropado en la anterior legislatura por muchos ministros, artífices de nefastos proyectos y escasos resultados positivos, con una inexistente política internacional de calidad, no puede pretender ser candidato de nuevo y alcanzar la investidura con lo más nutrido de la traición a la legalidad, a la libertad y a todos los valores necesarios en una democracia parlamentaria liberal. La puesta en escena que han plasmado sus acuerdos programáticos sonrojan a cualquier ciudadano, un derrumbe de la Nación que contradice lo que unas horas antes estaba representando con un cinismo indescriptible en un acto oficial que plasmaba la continuidad de la Jefatura del Estado.
Un gran revuelo ha ocasionado el conocer el precio que está predispuesto a pagar para seguir en el primer asiento de la bancada azul del Congreso de los Diputados. Manifestaciones programadas por parte de entidades cívicas y de sencillos españoles, protestas de asociaciones de las fuerzas del orden, reuniones y comunicados de sectores de la judicatura, concentraciones delante de las sedes del PSOE, éstas serán las respuestas que se merece quien traiciona a su país y responde con una artificiosa sonrisa en momentos puntuales cuando las cámaras recogen su expresión.
Buscamos la libertad, no somos rehenes de su ambición ni de su inmoralidad por intentar hacer ver que todo lo que proyecta es para favorecer la convivencia, el progreso y el diálogo. España es una realidad fraguada durante siglos y no dejaremos que la desgarre para gratificar el afán calenturiento de unas mentes identitarias, nacionalistas, minoría en el Congreso de los Diputados y en el Senado.
Ana María Torrijos