No cabe duda. El ridículo internacional es incuestionable tras la renovación en el cargo de un personaje siniestro y enquistado en la mentira como es Pedro Sánchez. Éste, una vez investido como presidente del Gobierno, es plenamente consciente de que podrá ejercer como tal mientras cumpla las exigencias de sus socios comunistas y separatistas. Estos últimos se han convertido, tras las elecciones generales en las que el separatismo perdió fuelle, en los verdaderos gobernantes que juzgarán a diario las andadas del títere vanidoso y narcisista que la historia ubicará en el capítulo negro que merece.
El elegido por la nueva élite, capitaneada por fanáticos que ya han sido indultados y, en breve, serán amnistiados, sabe que, si se arrodilla tantas veces como sea necesario y según lo pactado en la claudicación firmada con las minorías antiEspaña, podrá disponer de más tiempo para cumplir con la única prioridad que parece tener en su destino político, sellar el destrozo y fin de la nación española.
En un nuevo alarde de cinismo y cambio de postura, adecuada a las prerrogativas de sus amos, demuestra la bajeza moral a la que se puede llegar con el único ánimo de seguir aupado a la cima del poder y disfrutar de sus privilegios. Diciendo las barbaridades que dice, lo que demuestra que no le importa nada nuestra imagen como país, además de ir creando conflictos, se cuestiona nuestra credibilidad internacional y nos aboca a una situación de profundo desprestigio en el contexto diplomático mundial. Es la consecuencia directa que lleva consigo el ir contracorriente y dar pábulo al terrorismo de Hamás, con el claro objetivo de sumarse al mensaje propalestino inculcado por facciones de esa amalgama de socios a los que debe de rendir pleitesía.
La desgracia que supone este borrón en la historia, que de forma lastimosa ha logrado renovar 4 años más de suplicio, no solo incide en consecuencias de carácter interno, difícilmente digeribles y extremadamente lamentables, sino que trasciende de un modo evidente a los foros mundiales en los que, demos por sentado, nos deben considerar el hazmerreír de occidente y la sucursal europea de las desgraciadas políticas chavistas del otro lado del Atlántico.
Javier Megino