Pensar en otro momento más vergonzante en la vida socio-política española no merece el esfuerzo. Lo que estamos viviendo en la actualidad, con la sumisión absoluta de todo un Gobierno de España a las exigencias del separatismo, no tiene equivalente alguno en nuestra historia. Algunos podrían pensar en otros momentos en los que la necesidad primó concesiones en favor de los mismos beneficiados, pero, siendo objetivo, no hay comparación alguna con lo que el presente nos pasa por delante de las narices.

Parece increíblemente asumido, por parte de los que han perdido definitivamente el criterio constitucional y solo piensan en seguir en el poder sin importar el coste, el uso interiorizado de una terminología insana e inapropiada. En este sentido, un buen ejemplo es la fraudulenta utilización del término “conflicto”. Una palabra abusivamente manipulada, tergiversada e impropia en el contexto que se pretende, en el que el todo y la parte se ponen al mismo nivel para contentar a los que, verdaderamente, controlan las riendas de la legislatura.

No existe ningún conflicto, como quieren hacer ver los representantes del sanchismo y los chupasangres del lacito amarillo en esas reuniones clandestinas “de trabajo” en Suiza, sino que es un invento de los segundos, asumido por los primeros, para camuflar la demostración evidente de lo rastrero y ridículo que puede llegar a ser el comportamiento de quien carece de principios, tras verse beneficiado por la compra de unos míseros votos imprescindibles para ser investido.

Sentar en un país extranjero, en una misma mesa, a representantes del Gobierno de España, los líderes del golpismo catalán y un “mediador” de conflictos, pone a España en una situación más que humillante. Algo que no merecemos y que está en contra de la opinión de la mayoría de españoles. Ante la creciente tensión de la cuerda, por las lesivas decisiones adoptadas, conviene ser firmes en nuestras posturas y soportar de la mejor manera posible la agonizante travesía del desierto que hiere nuestra imagen, pisotea nuestro orgullo y desangra a España, mientras recordamos esperanzados aquella famosa frase de Otto von Bismarck…

Borja Dacalan