Para la inmensa mayoría de los españoles no es ningún secreto que estamos en manos de un equipo gobernante dirigido por un personaje que, sin un dictámen médico que lo acredite de forma evidente, aparenta estar sometido a las exigencias mentales que podrían encuadrar su vanidad egocéntrica y narcisista en parámetros en los que sería aconsejable la terapia por trastornos psicopatológicos. Aunque todavía se carezca de un diagnóstico certero y sellado en este sentido, esto no es óbice para que las percepciones que tenemos respecto de su conducta cuadren milimétricamente con la sintomatología aludida.

Parece indudable que la prescripción médica llegará tarde o temprano, con la esperanza de que lo haga de la mano de otra de carácter judicial, siempre que antes no acabe también con la estructura y los fundamentos constitucionales de este poder. Cabe la posibilidad de que, con margen temporal suficiente para seguir en su afán por destrozarlo todo, también haga a nuestro sistema judicial rehén de sus derivas.

Si no cambiamos el rumbo nos tocará asumir que, siguiendo la dinámica de sus equivalentes caribeños, no tardaremos en ver la fagotización global de los poderes, usando a la Justicia para que sea, con sus fallos adecuados y direccionados, el ariete que imponga a la sociedad los privilegios y criterios interesados que hagan la ola al Gobierno. El superministerio en manos del superbufón va en esa línea de actuación.

No sabemos muy bien el modo de solventar este gran escollo y riesgo que se cierne en los fundamentos de nuestra nación. Pero, con el empeño y empuje de los que queremos a nuestro país y nos avergonzamos de los que lo han traicionado desde las instancias de poder, esperemos que, de uno u otro modo, se le paren definitivamente los pies al mal y, por extensión, pueda acabarse con la ruina que el “sanchismo” ha ocasionado en la sociedad española.

Pensando en esa necesaria depuración de un partido que hoy es un paripé en manos de los extremistas de izquierda y los golpistas efectivos o conniventes, se mantiene la esperanza, quizás ingenua, de una deseable reacción del verdadero socialismo fiel a la Constitución de 1978. La reorientación del PSOE, apartándose de la bajeza moral alcanzada desde el aterrizaje del sector sanchista, es algo urgente. Los que hoy ocupan cargos en dicho partido saben que ven condicionado su rol a ser sumisos a un líder que justifica sus continuos cambios de opinión, aunque sean diametralmente opuestos a lo anteriormente dicho, a las bases programáticas o al sentido común, siempre que sirvan para mantenerse en el poder. Ese círculo debe romperse, liberando la opinión de los que representan a la izquierda sana española, impidiendo esa ligazón con el capricho volátil e inconstitucional fundamentado en la mera continuidad en un cargo.

Pero, al margen de lo contaminante de la situación en el ámbito doméstico, lo verdaderamente grave es ver al títere del separatismo, que chulea con su pose el enfoque de toda cámara que se interponga en su camino, dejando a los españoles en ridículo en sus comparecencias e intervenciones más allá de nuestras fronteras nacionales.

Muy a nuestro pesar, en España ya tenemos sobradamente conocida su forma se de ser y barriobajerismo. Otra cosa muy diferente es que la desgracia por estar en manos de un Gobierno sumiso al separatismo y enamorado del maquillado comunismo de alta costura aflore más allá de nuestros límites territoriales. La forma de ser, de expresarse y de mentir en público, algo que para este caballero es sinónimo de hablar, nos deja a la altura del betún, haciendo público ante Europa y el mundo el error mayúsculo al elegir como presidente a semejante mancha negra en nuestra historia.

No nos merecemos una Presidencia conseguida a base de la compra de votos parlamentarios. Un cargo logrado sin escrúpulos, sin principios y sin recuerdos, sumando todas las minorías en declive inoculadas de fanatismo sectario, ya sea comunista o separatista. Y, menos aún, un presidente al que no le importa, mínimamente, el coste que supone su dependencia humillante a un fugado que hoy impone su hoja de ruta a todo un Gobierno de España. La historia será, sin duda, muy cruel al recordarle.

Javier Megino