La historia de España, a lo largo de los siglos, ha estado plagada de momentos de reconocimiento y grandeza que nos han posicionado en la cúspide de las naciones por su relevancia histórica en el contexto mundial.

Nuestra repercusión internacional es de tal calado que solo se le puede hacer frente a base de falacias y la proliferación de la denominada leyenda negra, convertida en el único modo que tienen los mediocres de pervertir la realidad e intentar ennegrecer nuestra grandeza. Muchos de los que se han encargado de hacer de ella su vía de escape, para camuflar sus miserias, en la actualidad reconocen nuestra suerte por nacer españoles y acaban en nuestro país. Algo habrán visto para acabar, en sus vacaciones o su retiro tras la etapa laboral, compartiendo con nosotros la suerte que supone haber nacido en tan privilegiada tierra.

Rebatir a los que intentan negar o palidecer nuestra contribución a la historia de la humanidad es sencillo. Solo hay que poner en la balanza a los indios americanos que fueron arrasados y hoy resisten en reservas, sin implicación social relevante, frente al mestizaje, el patrimonio que hoy luce en las ciudades del Nuevo Mundo y todas las universidades que se crearon para formar a los españoles del otro lado del océano Atlántico.

Los españoles, demostrando nuestra capacidad y predisposición, nunca hemos necesitado de la mediación de nadie para hacer lo que nos ha parecido más oportuno y necesario. Quizás, para matizar lo anterior, en algunos momentos de la historia pudimos considerar la importancia de una mediación para nuestros logros, pero se trataba de la mediación divina.

En la actualidad, la imagen que trasciende y las señales de bajeza que evidenciamos, al necesitar mediadores para todo, nos aboca a un ridículo absoluto al vernos en manos de una clase política condicionada por los que odian a España y saben aprovechar los delirios del que se ve divino en el espejo.

Hemos pasado de ser referentes mundiales a convertirnos, en estos últimos años, en el hazmerreír del mundo. Esa es la consecuencia de estar en manos de unos mandatarios que no llegan a la mediocridad y cuya preocupación es alargar sus periodos en el mando por vanidad, egocentrismo y necesidad de ser venerados, sin importar en absoluto el devenir y futuro de España.

La desdicha y vergüenza que supone la necesidad de interponer un mediador, para que se facilite la decisión entre españoles, pone de manifiesto que los que hoy mandan adolecen de numerosas carencias. Esperemos que la etapa actual, sin principios ni valores y con el sanchismo como referente, termine cuanto antes. Las tensiones recurrentes entre socios parlamentarios, con posiciones tan interesadas como son las del comunismo, separatismo, soberanismo, golpismo y la herencia terrorista, albergan alguna opción de ruptura con lo poco que queda del socialismo no sanchista. Esperemos que esas riñas, que pueden obedecer a la apariencia y teatralidad, realmente sirvan para que, cuanto antes, evitemos que se nos sigan riendo los que no quieren ni respetan a España y podamos ejercer como mediadores los ciudadanos españoles con nuestro voto.

Javier Megino