Parece que nos va a costar hacer una valoración real y objetiva de todos los riesgos y desgracias que supone la toma de decisión, constante y errónea, del sanchismo. Seguimos en la misma dinámica, tras la investidura del presidente actual de la mano del sumatorio Frankenstein, con unos posicionamientos que, como denominador común, tienen el claro y único objetivo de contentar a los socios chupasangres del separatismo.
Que sigan apretando el botón que interesa en las votaciones, o absteniéndose si con ello ya se llega para alcanzar el objetivo, va incrementando su coste. Una condena que, a fecha de hoy, hacen imprevisible un pronóstico del grado de ridículo y vergüenza al que podemos llegar de la mano de la basura sanchista gobernante.
Confieso que a veces me refugio en la evidente falta de escrúpulos de Sánchez, capaz de venderle la moto incluso a sus amos del lacito amarillo, colándoles una mentira -léase cambio de opinión-, con toda la chulería que caracteriza al chulapo de Moncloa. Pero, siendo realista, se trata de una posibilidad complicada, siendo bastante evidente el comportamiento del que sigue aferrado a la poltrona por el pegamento de los estelados. Lo cierto es que el bien y futuro de la nación que gobierna le importa un bledo, mientras su iluminada figura siga resplandeciendo en palacio.
Pero, en el caso de ciertas concesiones, se puede llegar a pasar de frenada. Incluso, cabe la posibilidad de que, por ellas, se llegue a sensibilizar a la pasota opinión pública que traga y admite sin rechistar. Una mayoría social, silenciada y sumisa, que puede llegar a su límite y empezar a dar señales de agotamiento. En este ciclo de destrozo, humillación y ruina, parece previsible y esperable que, al final, la voz de los españoles, sin importar si son de un color u otro, resuene en defensa de todo lo que hemos construido y queremos que quede para las generaciones venideras.
Ahora nos toca lidiar con una nueva cacicada, empezando con temas de envergadura, en referencia al asunto de las migraciones y las entradas de extranjeros. Una decisión que pretende dar cancha y privilegios a una región por encima del resto y, para colmo, en contra del criterio aceptado de ser una competencia de carácter nacional. Esta posibilidad, de ser cierta y no interponerse algún cambio de opinión, tendrá sus consecuencias, al someter una materia de calado y con gestión nacional a las interesadas y xenófobas manos de los que ansían la fragmentación.
El publicitado y venerado gobierno progresista demuestra, con sandeces como ésta, todo lo que puede llegar a suponer su obsesión por mandar (o creerse que mandan) para el futuro de la nación española. La cesión, da igual si delegada o transferida, del control de las migraciones, dejaría esta materia en manos de una comunidad controlada por sectarios supremacistas. Con ese logro ya no tendrán problemas para plantear abiertamente el fin de la entrada de todo lo que pueda suponer incremento de población castellanohablante, no perdamos de vista que siempre es esto lo que les preocupa al considerar a la lengua catalana como el arma y herramienta de abducción y mentalización diferenciadora.
La cultura, la religión o la lengua de los inmigrantes, serán asuntos que facilitarán o bloquearán el paso, siempre con la idea de que se allane el camino para el desarrollo de la paranoia separatista. Si se claudica y humilla a España, avanzando en tal concesión, hemos de saber que los catalanazis impondrán filtros que darán preferencia a unos orígenes sobre otros, según el interés estricto de los golfos que se han visto revitalizados y renacidos por el interés sanchista. No nos olvidemos que el separatismo estaba en mínimos, sus élites encarceladas por golpistas y, por la mera vanidad y egocentrismo de Sánchez, los partidos minoritarios sobrevalorados son los que marcan la senda de un Gobierno nacional que da asco. Es tal la sobreponderación que se les ha dado que, en este lío de sumisiones y arrodillamientos, aseguran que si no se hace lo que ellos quieren se dará por finiquitada la legislatura. Eso es lo que cabe entender con su chulérico “colorín, colorado”.
El Gobierno del ególatra va a estar, en todo momento, bajo el yugo prepotente de unos supremacistas que, ahora, batallan por el control de las entradas migratorias, pero que no pierden de vista el que es su objetivo supremo. A ver si revienta pronto esta alianza antiEspaña y, tras unas clarificadoras elecciones generales anticipadas, devolvemos un hilo de esperanza a los españoles, apartando a toda esta chusma de los diferentes ámbitos de poder.
Javier Megino