Es posible que esto mismo que me está pasando sea algo que valoren muchos de los lectores y, espero, trascienda entre un porcentaje relevante de españoles.

Tengo la sensación de que la situación en la que vivimos, con el colofón que ha supuesto el aterrizaje de un mamarracho como el actual presidente del Gobierno en las más altas cotas del poder político nacional, va a ser la clave para que pasen cosas que, si la historia no nos traiciona y se cumple con la fortaleza y resistencia de la que siempre se ha hecho gala, el futuro de España como nación se vea reforzada.

Se está llevando muy lejos el nivel de resiliencia de nuestro país, sin que haya un día en el que la adversidad del sanchismo, tanto en nuestro modelo de Estado, nuestro sistema económico y, en definitiva, nuestra conciencia y realidad como país libre y soberano, haga temblar y cuestionar la viabilidad de la principal nación de la historia universal.

El día a día bascula entre la penumbra de la realidad, con el agravio acumulativo que supone ver a mindundis sumisos ante el golpismo y terrorismo, y ciertas ráfagas de claridad. Una lucidez que se debe a unos jueces que quieren aplicar la ley bajo las premisas de la coherencia y la razón, sentenciando las derivas paranoicas de los vendidos que hoy arruinan nuestro porvenir y se han mimetizado con los separatistas. Pero sabedores de que, a la postre, tendrá lugar una revisión de la objetividad de sus fallos, para imponer la subjetividad de un Tribunal Constitucional oportunamente adoctrinado y trufado de dependientes.

No me estoy focalizando en la ridiculez y humillación por la futura ley de amnistía, sino que se trata de una contaminación continuada que ha generado muchas frustraciones. Venimos de unos incomprensibles e injustos indultos, a los que debe sumarse todo un cúmulo de errores e intromisiones en la Justicia por parte del entramado sanchista.

Dado el histórico acumulado no podemos descartar que empiece a desarrollarse un ilusionante caldo de cultivo, con la esperanza de que se produzcan cambios de envergadura en un futuro que deseamos sea lo más cercano posible. Cada cesión que se consuma en favor de los heredaros del terrorismo etarra o de los incitadores del terrorismo golpista, tras la proclamación fake del golpe en 2017, acumula puntos a favor para el desarrollo de dicha línea de agotamiento y, a la par, resurgimiento.

Mucha gente normal y corriente, con las inquietudes propias de un ciudadano que vive en un Estado en quiebra y cuya cúpula política se sostiene y especula con su futuro a base de incrementar el déficit público, empadronar a destajo y pagar subvenciones secuestra votos, empieza a ver oportuno y necesario un cambio de rumbo que nos devuelva a la convicción de que seguimos siendo unos privilegiados por nacer y vivir en España, pese a la basura que en la actualidad toma las decisiones.

Mediando unos tiempos desconocidos, condicionados al grado de aguante de los que venderían hasta su ropa interior por seguir en la cresta de la ola, esperamos un cambio radical en la gestión. El deseado fin del régimen sanchista, tras hacer su servicio en favor de los aliados comunistas y separatistas, debería dar paso a un nuevo horizonte de la mano de los partidos convencidos en la defensa de España y de la nación española. Incluso, amoldando mi pensar a un enfoque de bondad infinita, me atrevería a decir que, si se depurase como es conveniente, hasta lo que quede tras el paso de Sánchez por el partido socialista podría ser recuperable. A España le interesa el apoyo de un socialismo al que no le falte valor a la hora de decir no a los abusos y paranoias de los filoterroristas periféricos. Lo que no sirve es ese rastrero y servil socialismo que oculta sus verdades y maquilla sus intenciones.

En este sentido, los catalanes hemos de asumir y entender que el PSC es un gran problema para España. Un partido que condiciona a todo el PSOE y, como hemos visto en muchas instituciones, no duda a la hora de entregar el poder y privilegios a los que, como ellos, son nacionalistas y sectarios. Su camuflaje les hace depositarios de un voto no nacionalista que se ha visto engañado de forma continuada, con la mentira de ser el voto útil frente al separatismo, siendo ellos tan cómplices como los republicanos de Esquerra o los extremistas de Junts. Espero que ese perfil de votantes recapacite en su decisión electoral al declararse irrecuperable el PSC actual.

Sumando todos los convencidos y los que entren en razón, tras el ejercicio depurativo de un liderazgo tóxico como el que hoy ostenta el partido de Ferraz, debería producirse una mayoría cualificada en el Parlamento que hiciese factible un volteo importante a nuestro redactado constitucional. La idea sería acomodarlo a las necesidades evidentes, tras medio siglo transicionando y con los territorios a los que se dio coba y privilegios sin conformarse con lo afortunado del redactado original.

La ilegalización directa y sin contemplaciones de partidos o entidades que se declaren antiespañoles o que, simplemente, no acaten y respeten la Constitución, es algo que urge, en línea con los textos constitucionales de los países de nuestro entorno.

Una ley electoral que impida el secuestro de la política nacional, por minorías de sumatorio, también es más que urgente. Podría valer, por ejemplo, un modelo similar al francés o americano, en el que en segunda vuelta se enfrentan los dos más votados. Al menos, de ese modo, se amortiguaba la condena que supone el yugo de los minoritarios que tanto daño hacen en la gobernabilidad, ahondando en un enfoque y criterio nacional. Y, por supuesto, cada voto debe valer lo mismo, ya sea de Badalona o del último de los pueblos de la Cataluña profunda tractoriana.

El aseguramiento de la libertad en el poder judicial es otro tema importante. Que los jueces juzguen y que sus fallos no estén viciados por su adscripción política. Además de que la elección de sus representantes sea siempre sin interferencias de los partidos políticos. Es insostenible un modelo que deja, por ejemplo, en manos del Tribunal Constitucional, la decisión acerca del cumplimiento o no de ciertas leyes a la carta magna, sabiendo de antemano el reparto de vocales y su posicionamiento ideológico.

Las competencias y su responsabilidad, junto con todo lo que hoy es el Título VIII, requiere de una repensada intensa. Para empezar, la descentralización administrativa de España debe buscar mayor proximidad al ciudadano, pero no parece necesaria la actual descentralización política del Estado, máxime si no se respeta a éste. La potencialidad de ahorro en este aspecto es elevadísima, con tantos sillones, cargos y asesores tirando de las cuentas públicas, mientras se requieren tantas prestaciones para poder sostener nuestro Estado de bienestar. Y, evidentemente, la recentralización de ciertas competencias, que nos ha quedado claro que requieren de una visión y control de ámbito nacional, se convierten en una prioridad a tener muy en cuenta.

No se trata de reescribir por completo nuestra Carta Magna, sino ajustarla a una realidad lógica que impida la continuidad de muchos abusos y todas esas concesiones interesadas por parte de míseros vanidosos que solo ansían el poder. La intención ha sido poner unos ejemplos de lo que debería reajustarse, dejando claro que hay muchos más aspectos a rediseñar y en los que reflexionar, siempre pensando en lo mejor para la totalidad de los españoles y no los intereses preferenciales de unos sobre otros.

La idea deseada de que exista una mayoría parlamentaria con un compromiso transversal y sincero por España, sin rencores, daría paso a una esperanzadora etapa, acabando con tanto cantamañanas y tocanarices que parasita del sistema y sobrevalora su terruño, sus privilegios y, por supuesto, sus intereses, sin importarle el interés general.

Cada decisión que se adopta pisoteando y humillando el bien nacional de España favorece las expectativas ante un ilusionante y próspero cambio de rumbo, que puede o no parecerse a lo descrito pero que, como mínimo, serviría para frenar el desvarío presente. No quiero con ello animarles a que sigan en su campaña de destrozo masivo, con los comunistas y separatistas de incitadores palmeros, pero refugiémonos en que, cuando corresponda y nos llamen para decidir nuestro futuro político, todo el bagaje desastroso que han acumulado esté en el recuerdo y sirva para finiquitar definitivamente al sanchismo y sus comparsas.

Borja Dacalan