En una sociedad como la nuestra, en la que el sector prevalente en la economía es el terciario, parece que se nos olvida algo básico e imprescindible, como es que, sin comer, no somos nada.
Nuestro PIB y el empleo en España tiene una elevada correspondencia con el desarrollo y los resultados del sector servicios que, con especial relevancia en todo lo que está vinculado al turismo, ejerce de verdadero motor de nuestra economía.
Al hablar de la industria española, tampoco podemos decir que somos unos grandes puntales en el contexto mundial. La cosa no está para sacar pecho y, por desgracia, somos depositarios de mucha industria subsidiaria con titularidad en otros países que han ejercido de locomotoras industriales de primer orden.
Como me decían en mi época en la facultad de económicas, cuando las licenciaturas eran con 5 años por delante, al ver el rótulo de una empresa con el nombre de España no es que apele al patriotismo, sino que demuestra que se trata de una filial o sucursal de algo más grande que nos considera solo una parte de su negocio. Y, paseando o circulando por ciudades o polígonos industriales, lo que es más probable es que nos encontremos con ejemplos en dicho sentido.
Con un sector servicios que se ve muy correlacionado con la situación económica global, más una industria que hace su papel en nuestra economía, sin grandes alardes, no podemos dejar de lado al sector primario. Éste debe considerarse el punto de partida y origen de casi todo. Muchas industrias no funcionan sin las materias primas que el campo les proporciona. Y, por otro lado, es evidente, por ejemplo, el atractivo que genera en nuestros turistas una gastronomía que, en este caso, sí podemos enorgullecernos por ser puntera y medallista a nivel internacional.
Olvidar la importancia de nuestra agricultura y ganadería, o no ser consecuentes con el merecido reconocimiento que debe darse a los empleados sacrificados de nuestro campo, es una vergüenza y un verdadero abuso. Se hace comprensible que estén hasta las narices y que reivindiquen las mejoras merecidas de sus derechos y de sus economías domésticas.
Todos esos políticos barrigas llenas que han de hacer el esfuerzo de llevar el dedito a la pantalla táctil, esa que tienen frente a su sillón en el Congreso para votar lo que les ha pedido el amo, pueden gastar toda esa ingente energía porque antes se han llevado a la boca, a un precio preferente de diputado si van al bar de sus señorías, algo que originariamente viene de nuestro sector primario.
Lo que no es digerible, hablando del comer, es que a los agricultores y ganaderos se les exprima para que puedan obtener algo de margen para poder vivir. Tampoco es comprensible que crezca de un modo desorbitado el esfuerzo para llevar al día una burocracia al alza que exige mayores tiempos y dedicación, con miras a lograr unos beneficios irrisorios, si al final los hay. Y tampoco es de recibo ni comprensible que, lo que sale del campo a un valor ínfimo acabe en las bandejas de los supermercados a precios que multiplican exponencialmente lo percibido por los que han dedicado su jornada a las labores del sector primario.
Dejemos de abusar de la paciencia de los que tienen en sus manos nuestro alimento. Como dice el refrán: “no juguemos con las cosas de comer”.
Javier Megino