La semana pasada llegamos a un nuevo récord de población en España. Ya somos 48,5 millones.

En muy poco tiempo hemos sumado medio millón y no parece muy descabellado pensar que, dado el ánimo voraz de los actuales gobernantes por perpetuarse en el poder, la agilización de trámites para lograr la nacionalidad española tiene mucho que ver con intereses electoralistas.

Para los que seguimos contribuyendo y pagando impuestos es una noticia que no debe pasar desapercibida. Es bastante probable que la citada subida poblacional lleve aparejado un gasto social y subvenciones que, del mismo modo, crecerá proporcionalmente. La dinámica de voto cautivo, que sonrojaría al que la niegue, es evidente. A ver si llega pronto el momento en que se pueda hacer borrón y cuenta nueva a todo este abuso.

Pero, además del coste electoral y económico, se debe considerar otro factor muy importante. Me refiero a que, en una sociedad respetuosa y abierta como es la nuestra, hay que saber poner límite a la entrada en el caso de que se alteren los equilibrios que lleva implícita la vida comunitaria fundamentada en el civismo. Muchos barrios y poblaciones, convertidos en lugares sometidos bajo la influencia de una determinada creencia o fanatismo, carecen de los valores y el respeto que siempre ha caracterizado a nuestro modelo social occidental, algo que puede ser el foco de riesgos, tensiones o problemas de convivencia.

Quizás habría que empezar a preocuparse y votar pensando en ello.

Borja Dacalan