Estoy cansado de toda esa gente que se dedica, de forma continuada, a ensuciar la imagen de España. Especialmente sí, como pasa con el entramado sanchista, se hace disfrutando de la comodidad que supone estar familiarizado con la adulteración interesada de la realidad. Llevan tanto acumulado que sobran los motivos para pedir el fin de Sánchez en la Moncloa. Por ello, hemos de llenar la Plaza Cibeles y las calles del centro de Madrid el próximo sábado 9 de marzo (12:00h).

Sus decisiones han sobrepasado todas las líneas rojas móviles que se fijan los carentes de principios y valores. Es capaz de alterar radicalmente su postura en temas de alta conflictividad social, como puede ser la amnistía pactada con el principal beneficiado de la misma, sin importarle las consecuencias. Modificación de criterio que obedece, sencillamente, a un trueque con sus amos separatistas para que éstos le sigan permitiendo ser lo que es. En este sentido, blanqueando la violencia terrorista del proceso liderado por Puigdemont, queda demostrado hasta dónde se puede llegar si se carece de un mínimo de decencia. Sánchez se ha convertido en un pelele, un vendido que se presta a aceptar todas las demandas de la minoría separatista en el Congreso, tan solo por el apoyo de un mísero puñado de votos. Su conducta interesada, ajena a la legalidad vigente, tiene en alerta a todos sus bufones y palmeros. Éstos han de estar ojo avizor para salir en su defensa, lanzando mensajes para vender a la opinión pública una apariencia de legalidad inexistente.

Con parte de la Justicia en nómina, el amo de la Fiscalía tiene margen para el éxito de todas sus mentiras. Lo importante es alargar el tiempo en la cima y, de ese modo, colmar su necesidad egocéntrica y narcisista de seguir siendo presidente. Pero, ya veremos hasta dónde se llega con el escándalo de las mascarillas y sus salpicaduras. Por el momento un colaborador de primer orden, nada menos que exministro, ya está implicado. Veremos, más adelante, si a lo anterior se le ha de sumar otro asunto escandaloso como fue el cambio de postura con el Sáhara. No hemos de perder la esperanza y, sea como sea, en todo momento pensando en el bien de España, se debe lograr que los antiEspaña dejen el gobierno de la nación que pretenden destrozar. No cabe otra lectura. Tenemos un Gobierno de España inquietamente interesado en amnistiar al golpismo, apelando a la confraternización de posturas y la convivencia, mientras los que van a ser beneficiados con esa humillante concesión avisan de que volverán para seguir el camino que dejaron, sin renunciar a la unilateralidad. El sanchismo no puede ser más ruin.

Me inquieta pensar que la sociedad española, a pesar de todo, siga creyendo el mensaje de la mentira y la difamación. Por eso no descarto que muchos sigan votando engañados al corrupto PSOE, sin pensar en la humillación y el ridículo acumulado. Son maestros del camuflaje y, para darnos cuenta, solo hay que pensar en la apariencia del PSC en una campaña electoral.

Pero mi intención de partida era escribir pensando en el singular personaje que sigue viviendo, a cuerpo de rey, en tierras belgas. Riéndose de todos nosotros y torpedeando a diario los cimientos del Estado de derecho de su propio país. “Grouchdemont”, el eurodiputado español fugado, no ha escatimado recursos para seguir haciendo el paripé en su circo del palacete de Waterloo. Nada que ver, salvo la afluencia de payasos, con las estrecheces del famoso camarote de los hermanos Marx.

Su evidente opulencia, que vamos a acabar pagando entre todos los españoles, junto con el pulso a la justicia española, no condicionan a nuestro necesitado y miserable Gobierno de España. Se ha decidido dar los pasos para que él, sus lacayos y los terroristas del Tsunami, puedan beneficiarse de la indecente amnistía. Da igual todo lo que conlleva y, de paso, el insulto a tanta gente que lleva años luchando por la defensa constitucional de España. Lo importante es contentar a sus amigos golpistas, el esfuerzo de los que estamos con la ley se lo pasan por la entrepierna.

Lo que vivimos los presentes en Barcelona u otras muchas ciudades catalanas quedará en un desliz temporal olvidado. Los adoquines volando, el mobiliario urbano destrozado, el asfalto de las calles quemado, las barricadas, los cócteles lanzados, las lesiones a policías con secuelas de por vida, el fallecido francés por no llegar a tiempo al Hospital tras su infarto en el Aeropuerto, los vehículos particulares quemados o la invasión de infraestructuras, todos claros ejemplos de la furia terrorista, pasarán al olvido. Los ejecutores y sus superiores serán perdonados. Su violencia, que intentó provocar el desequilibrio del Estado y el de sus instituciones democráticas, quedará en nada. Es ofensivo que el presidente del Gobierno, necesitado y sumiso, decida por interés personal y contra la nación que preside.

Jefe y súbditos deberían ser procesados y condenados, sin posibilidad alguna de perdón, indulto ni olvido. Su terrorismo no puede quedar blanqueado. La sociedad catalana está fracturada. Los pacíficos frente a los violentos, el civismo frente al odio y el rencor, los ciudadanos libres e iguales frente a prepotentes y terroristas, los que viven en la realidad frente a los anclados en la paranoia, los que soportamos y costeamos la delincuencia frente a los que destrozan y delinquen. España no puede seguir pagando este peaje al fanatismo rupturista y, por eso, hemos de salir todos a la calle para pedir el fin del sanchismo.

Javier Megino