Todos estábamos avisados. Nadie puede aducir desconocimiento o hacerse el sorprendido, ante el más que previsible final del montaje circense y preadolescente que ayer se consumó con la salida a escena del peliculero Sánchez.

Su circo, mediático y ministerial, estaba falto de alguna función dedicada al escapismo y, en su última histeria ególatra, ha sabido poner la guinda a un espectáculo plagado de pases en los que ya estábamos saturados con el divertimento que nos brinda su elenco de clowns. Los episodios de “la bruja avería”, “el homo pucelanus” o “el soplillo justiciero”, quedan en un papel segundón tras la incursión en el cartel de la vedette principal.

Con un preparativo desproporcionado, algo fuera de lugar y de contexto, la actuación ha sorprendido a extraños. No puedo decir lo mismo con los propios, que se ha visto a la legua que estaban del todo confabulados para salir a escena en los momentos clave. Sus aplausos, vítores y aclamaciones, como apoyo a la que consideran su gran estrella, ha alimentado la excusa que da fuerza al “puto amo” para justificar ese papel de víctima con el que nos rie a la cara. Ahora, con la maquinaria engrasada, ya puede seguir en la dinámica que pretende replicar, a este lado del Atlántico, el circo que ya ha madurado en el lado caribeño. Los jueces y los periodistas profesionales y libres pueden irse preparando.

Encerrado cinco días en una inmensa caja palaciega, ha logrado salir sin que se le caiga la cara de vergüenza tras todo el paripé. El discurso preparado desde el momento en que entró, con toda la estrategia bien estructurada y definida, nos lo ha soltado y se ha quedado tan pancho. Un final previsible, conociendo la necesidad que tiene el cabeza de cartel por ser el protagonista y henchir su ego, vanidad y narcisismo.

Preparémonos. Si hasta ahora ha sido dolorosa su gestión, lo que puede venir tras este parón e impulso puede no dejar títere con cabeza. El chavismo cruza el charco.

Javier Megino