Los recientes comicios en la comunidad catalana van a dar mucho que hablar. Por un lado, se ha producido un cambio gratificante en el reparto de escaños que ha dejado como minoritario al sector separatista. La suma de los cuatro partidos con representación y que se engloban en el lote de los de obediencia paranoica no llega a la mayoría absoluta, ni siquiera si incluimos la ambigüedad de los Comunes. Pero, por otro lado, tras una victoria evidente del PSC, tampoco está claro el camino de Illa para alzarse con la Presidencia autonómica.
La victoria socialista, con 42 escaños, no deja duda respecto de quién ha ganado. Han logrado subir 9, a pesar de que una parte importante de los votantes no comparten las cesiones del sanchismo en temas como los indultos, la malversación, la sedición o la inminente amnistía. Se ha repetido un apoyo a lo que muchos consideran el mal menor, por no acabar de verse identificados con ninguna otra alternativa política que navegue en posiciones de defensa de la españolidad de Cataluña con más convicción y garantías.
A pesar de que muchos no hayan querido dar ese salto, confundiendo gran parte del electorado la representación del constitucionalismo con un partido que decide sin aspirar a cumplir con la Carta Magna creyendo constitucional lo que no es, el resultado de los partidos que viven en la realidad ha sido globalmente favorable. VOX ha conseguido repetir la exitosa cifra de los anteriores comicios, con 11 diputados y unos cuantos miles más de votantes, consolidando su presencia en el Parlament de Cataluña y sin verse penalizado por la subida de los populares. El PP se ha beneficiado de la desaparición prevista de Ciudadanos, además de captar parte del descontento que ya ha decidido dar carpetazo a la humillación constante que supone la sumisión del socialismo sanchista a los deseos y necesidades del separatismo que les asegura el Gobierno de España, logrando una subida en nada menos que 12 diputados. Multiplicar por cinco los que tenía hasta ahora le otorga la victoria moral que supone el mayor crecimiento, pese a que el punto de partida era el de haber tocado fondo. En el otro lado de la balanza, ha sido una verdadera pena lo que ha sucedido con la candidatura naranja, que quizás hubiese tenido una mejor salida incorporándose en la lista del partido popular. A toro pasado, podemos pensar que esos miles de votos inservibles pudieron haber servido para tentar el récord histórico que tenía el PP en número de diputados autonómicos, con el argumento que eran fruto de la integración de unos en los otros. Ahora, viéndose en condiciones extraparlamentarias, viniendo de haber llegado a ser ganadores con más de un millón de votos, optan por seguir adelante y no abandonar una sigla que quiere volver a tener hueco en próximas elecciones catalanas.
En definitiva, la noticia es que no ha ganado el fanatismo separatista y debería existir la posibilidad de disponer de un presidente que, al menos en apariencia y creencia de muchísimos de sus votantes, no es separatista. No quiero entrar en materia al respecto, apelando a lo que ya he escrito en numerosos artículos previos, en referencia a lo que opino de las candidaturas contaminadas por el sanchismo. Pero, en línea con esa perversa contaminación que supone estar en manos de un incalificable como es el actual macho alfa sanchista, no podemos descartar nada al pensar en la investidura del nuevo presidente de la comunidad catalana.
En este sentido, teniendo en cuenta lo que piensa el votante normal del PSC en Cataluña que todavía vota con la imagen del viejo PSOE de los históricos previos a los vendepatrias Zapatero y Sánchez, cuesta mucho pensar que sean capaces de volverles a colar una trola como la que apela al hermanamiento, la convivencia o la cohesión social, haciendo digerible la vergüenza del indulto o la amnistía. Pero, si hubiera que apostar, yo creo que tras las elecciones europeas veremos el sacrificio del ganador Illa para ceder las riendas del poder autonómico en favor del iluminado de Waterloo. De ese modo se garantiza la gobernabilidad de España en manos del entramado Frankenstein, cumpliendo con la máxima prioridad que es mantener la residencia del ególatra en el palacio de la Moncloa.
Con el sanchismo en el poder, nunca han sido los intereses de los españoles la prioridad, ni ahora los intereses de los catalanes, siempre se ha decidido y actuado con la premisa de sostener un gobierno en España presidido por un personaje que nos engaña en todo momento. Tanto que, llegando al ridículo extremo, nos ha llegado a mentir hasta cuando quiere cogerse cinco días de libranza, usando la estrategia vanidosa y populista de tener a todos sus palmeros llorando y clamando por su vuelta.
Javier Megino