La política de hoy en día no tiene nada que ver con la de hace unos años. No sé si decir que lo de antes era mejor, pero por lo menos tengo claro que era diferente.

Recuerdo ese tiempo en que te sabías hasta el nombre de los ministros del Gobierno o, al menos, te sonaban sus caras y responsabilidades. No era como dar la alineación de tu equipo, pero se le parecía, al menos para los que sentíamos cierta inquietud por lo político en esa añorada y ya lejana adolescencia.

Era algo común que, en conversaciones entre amigos o domésticas, se valorasen las propuestas de los políticos en sus comparecencias, sin que estuviese viciado el respeto en función de la significación política. El cargo estaba por encima de las valoraciones personales y del posicionamiento ideológico. Las palabras de un ministro, vicepresidente o del presidente, se valoraban en su justa y respetuosa medida. Quizás era cosa de la edad, la educación recibida o la coyuntura, pero, por lo general, se les consideraba personas serias, inteligentes e interesadas por el bien común y el país, sin cuestionar su capacidad.

Con algunas dudas razonables respecto de lo antedicho, se fueron capeando los lustros y se avanzaba en la consagración de la España constitucional con el empuje de todos. Pero, con los años, llegó Zapatero. Un personaje que, pese a su bagaje, siempre será el número dos en la calificación inversa de los políticos españoles. El inventor de la exitosa Alianza de Civilizaciones ha quedado, tras un tiempo, como mero telonero. El detonante del “procés” en Cataluña, tras sus palabras en el Parlament y el apoyo a un nuevo Estatuto sin miramientos constitucionales, se ha visto superado con creces por el inigualable Sánchez.

Hemos pasado, tras años con el respeto y la rivalidad sin casi broncas por norma, con éstas focalizadas para momentos puntuales y con lógica electoralista, a una realidad actual que, para resumir, da vergüenza. Con un engreído y vanidoso a la cabeza del Gobierno. Un necesitado de cariño y con el ego por las nubes, que es incapaz de felicitar al vencedor en unas elecciones si no es de su gusto. Aunque, por el contrario, es muy capaz de dar palmaditas a los terroristas, incluyendo a Hamás. Un dirigente que se rodea, como no podía ser de otro modo, de personajes siniestros como él. Y, entre sus palmeros, destaca un ministro que ha sido capaz de elevar la tensión y de ocasionar una crisis diplomática, sin precedentes, con un país tan amigo y hermano como es Argentina. Crisis que no es entre España y Argentina, ni entre la nación española y la argentina, sino que solo afecta a unos políticos impresentables que han hundido a esa clase política que, otrora, era respetada.

Nuestro noqueado presidente, patidifuso ante el rugido del león, debería bajarse del pedestal y disculparse, amarrando con firmeza el arnés de su sabueso.

Borja Dacalan