Mientras batimos récords en el gasto español para la importación de gas ruso, a un ritmo creciente y con cifras económicas que parece que no encogen el gaznate de nuestros gobernantes que son plenamente conscientes del uso de las ganancias empresariales rusas, el farsante que duerme en Moncloa se ha comprometido con el otro bando, el invadido y que ha visto asaltada su soberanía de un modo sangriento, con un paquete de armamento que supera los mil millones de euros. Una cifra que no es comparable con los pagos que satisfacemos a la oligarquía rusa por un gas que, en el país del sol y las brisas, no podemos evitar. Desgraciadamente, se sigue creyendo relativamente en nuestra capacidad generadora de energía alternativa sostenible.

La citada contribución armamentística, para apoyar al ejército ucraniano, no tiene precedentes. Un apoyo que, como utilidad sobrevenida, debe facilitar la sostenibilidad de la industria española dedicada a la fabricación de munición y componentes para la guerra, un sector que ocupa a muchos españoles y que, con compromisos de ese tipo, ven garantizada su continuidad y supervivencia.

Lo grave de esta invasión y destrozo masivo, que ya acumula más de medio millón de soldados muertos o heridos, es que, en el fondo, no ha tenido la respuesta internacional que se debería esperar, más allá del sostenimiento del ejército agredido con medios y equipamiento, además de la imposición de unas sanciones que no se sostienen sí, por otro lado, se sigue compensando al sancionado con mayores salidas de recursos de los países clientes de su gas. Occidente y, en concreto, la Europa de la que formamos parte, debería haber sido más contundente. Parece indecente que, visto lo visto, siga presente el país invasor en organismos internacionales y se mantengan operativas las embajadas en un país que, a la hora de tomar decisiones serias, no deja de verse como un suministrador importante e imprescindible. Por tanto, la visita del presidente ucraniano y la firma del acuerdo de colaboración, con la mareante dotación para la guerra, debe entenderse como lo que es, puro postureo.

Con esa crisis humanitaria metabolizada y a veces olvidada, dado el tiempo que ya acumula la decisión rusa de tomar por la fuerza el territorio vecino y soberano de Ucrania, hemos visto el ritmo con el que se decide, ahora de forma unilateral y precipitada, en el otro gran conflicto. El Gobierno de España, no España ni la nación española, declara su postura propalestina con una toma de decisión que, como mínimo, debería suponer una reflexión profunda, consensuada y mostrando coordinación con el resto de los países europeos. Pero, con esta noticia en cabecera y su impacto mediático, los estrategas del sanchismo no pueden dejar pasar la oportunidad, máxime teniendo la complicidad de los medios de comunicación al mostrar el horror ocasionado por el aparente uso de civiles como escudos de protección de los líderes terroristas. El mero paso del tiempo ha logrado que deje de ser noticia el balance de lo acontecido en el frente ruso-ucraniano, poniendo ahora el foco en Israel.

Con ánimo electoralista y propagandístico, la extrema izquierda gobernante se ha puesto la cinta en el pelo. Usando torticeramente el nombre de España como salvaguarda y pensando en contentar a las facciones más extremistas del sanchismo, han decidido su posición en un conflicto que se inició con el asesinato de más de un millar de civiles israelitas asistentes a un Festival. Los asesinos, integrantes del grupo terrorista palestino Hamás, que no olvidemos el detalle de que llegaron a felicitar a Sánchez, a este paso también acabarán siendo indultados o amnistiados. No descartemos nada, todo sea por atraer votos y dar una cierta imagen. La escenografía comenzará hoy con el gran logro que les supone haber conseguido el reconocimiento del Estado Palestino, sin importar los costes y las consecuencias, siguiendo la misma dinámica a la que ya nos tiene acostumbrado el vanidoso y rastrero sanchismo.

Borja Dacalan