Esta semana, con la vista puesta en las próximas elecciones europeas, se acumulan decisiones políticas míseras de nuestro Gobierno. Por un lado, el posicionamiento propalestino que obedece a la precipitación interesada por el incontenido postureo del vanidoso ególatra, en su objetivo por captar el voto de la extrema izquierda que ahora le resta. Y, en el ámbito doméstico, se culminará la humillación que supone una amnistía que solo pretende beneficiar al golpismo catalán que sostiene al sanchismo. Mientras se habla esto, quedan en segundo plano otros temas, en especial el que salpica judicialmente a la consorte presidencial.

Pero hoy me quiero centrar en algo positivo. Me refiero al esfuerzo, compromiso y pundonor de un caballero respetable e inigualable como es Rafael Nadal. Un español que quiere a su país y que hace lo posible por relacionar a éste con el bien y con el éxito. Viendo el comportamiento del más grande entre los grandes del deporte, me invita a comparar y reflexionar lo bien que nos iría con personas como él, en lugar de míseros, ruines y convencidos antiEspaña.

Nuestro Rafa, todavía dolido por la eliminación en primera ronda del torneo de Roland Garros de este año, sigue apostando por darlo todo y pone el foco en la próxima cita olímpica, con el objetivo de ganar para España una medalla en la competición individual y en dobles, junto al gran Carlos Alcaraz. Es muy ilusionante la propuesta y me alegro infinitamente. Una prioridad que honra a una persona que, con su actitud, es el mejor embajador de España.

¿Os podéis llegar a imaginar un debate electoral entre el mísero Pedro y el inmenso Rafa?… el impresentable no sacaba ni su escaño.

Javier Megino