Con el fin de las penas a los que llevaron a cabo acciones de índole terrorista y todos los que pusieron contra las cuerdas al Estado español, aplicando una amnistía a la carta que el sanchismo ha concedido -con el beneplácito de los que fueron los infractores- al margen de la legalidad y sin contar con las consecuencias derivadas de tal humillación, entramos en una etapa de caos definitivo que no sabemos el destino final al que nos llevará.

El ansia por el poder de estos gobernantes del progre-separatismo, dispuestos a sacrificar todo lo bueno que había conseguido la sociedad española durante los años de bondad que disfrutamos con la Constitución de 1978 como referente, nos lleva a una deriva e incertidumbre que asusta. Un horizonte cuestionable y generador de muchas dudas que convive con el hambre saciada de ese palanganero del separatismo que sigue residiendo en Moncloa.

Careciendo de filtros y sin ninguna traba a esa conducta rastrera en manos de la ultraizquierda y todos sus amigos del separatismo vario, tenemos para rato a este presidente impresentable y ruinoso. Un personaje que vende humo y falsa constitucionalidad de sus decisiones, consciente del sangrado que ocasionan sus delirios en nuestra Carta Magna. Se trata de un ser capaz de vender lo que sea necesario y de hacer todo lo conveniente, sin valorar el coste, para contentar a sus socios parlamentarios tóxicos.

Siguiendo la senda y estrategia predefinida, la corriente política extremista que conocemos por “sanchismo” ya puede alardear, desde ayer, de que controla los tres poderes. La firma del pacto con los populares, del que ya veremos su trascendencia real cuando se empiece a mover ficha, vaticina la claudicación del último bastión coherente: la caída de un poder judicial que nos salvaba del ridículo absoluto.

No deja de ser un nuevo capítulo de la conducta mísera de nuestros gobernantes, que agudiza la crisis moral de esa mayoría de catalanes que se siente profundamente española. Catalanes que han hecho frente al separatismo hasta devolverlo a sus mínimos, pero que han visto su resurgimiento por voluntad e interés de un Sánchez sin principios ni valores. Valientes que han dado la cara frente a la manifiesta y evidente hostilidad, incluso social, de los que disponen de las riendas del poder en Cataluña, dando voz y honores a una minoría social que aparenta ser mayoría por los efectos perversos de un reparto de escaños interesado en favor del separatismo.

Con el sanchismo en el poder se han acabado por romper todos los esquemas. Ha quedado vacía la idea de que el Gobierno de España sería, siempre, el principal aliado y valedor del esfuerzo y dedicación en defensa de la España constitucional. El PSOE a nivel nacional y el PSC aquí son el lastre que pone siglas a la traición por fases, arrinconando en Cataluña todo lo español y sometiendo a los catalanes al abuso de los que viven en su paranoia. Humillación tras humillación y vergüenza tras vergüenza, ahora, perplejos ante la ridiculez del momento, con la espantada previsible del Estado y sabiendo todos los privilegios que se llevarán a cabo en favor del separatismo, la investidura como “president” de Illa o Puigdemont no augura nada bueno.

La voluntad y sacrificio de los buenos catalanes se puede llegar a cuestionar, al vislumbrarse dudas respecto de la conveniencia a la hora de seguir remando contracorriente por un Estado que no valoran ni quieren los propios gobernantes que viven de él. En caso de estar en dicha tesitura, conviene pensar que siempre nos quedará España, la nación, por encima de todo y como fundamento de nuestras convicciones. Esa es la base que debe cimentar el compromiso inquebrantable que llevamos en nuestro ADN.

Javier Megino