La semana pasada se consumó, tras la pertinente sentencia y con el animoso visto bueno del fanatismo sectario del gobierno municipal, la expulsión de su sede social en el distrito de San Andrés de Barcelona de la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios.
Una decisión y sentencia que iba a hacerse efectiva en algún momento y que supondría el abandono de un emblemático punto de encuentro, pese a llevarse a cabo con unos argumentos contaminados por la visión parcial de los que lo han provocado y, ante todo, por lo que representa orgullosamente el colectivo afectado. Les ha condenado ser un grupo de hermanos legionarios que han pertenecido orgullosamente al cuerpo de la Legión española y que, de un modo directo, ponían en el mapa de la Ciudad Condal una ubicación que era el símbolo de todos los que formaron parte de las unidades de dicho cuerpo de soldados.
Estando Barcelona bajo el dominio del fanatismo separatista, con el PSC de abanderado en favor de sus tesis y sin existir ninguna solución alternativa convincente que los reubique como merecen en algún otro punto de Barcelona, lo que pasó era solo cuestión de tiempo.
La idiotizada sociedad y sus complejos, viendo lo que quiere de la mano de los manipuladores que dictaminan lo que es bueno y malo, decidió expulsarlos por representar al Ejército español y por unos clichés que solo tienen cabida en mentes arbitrarias y marcadamente estresadas en su sentir antiespañol.
Estoy convencido de que, si el uso de dicha sede social fuera diferente a homenajear a España y al Ejército español, en especial a sus banderas de la Legión, otro gallo le hubiese cantado. Por ejemplo, se podría haber replanteado la sede de la Hermandad como colla castellera. Un enfoque que, hoy, da muchos privilegios, abre puertas, da cabida en presupuestos y garantiza la protección y empatía municipal. Y, para colmo, plantearía una solución novedosa y revolucionaria que evitase el riesgo de lesiones en menores, usando al emblema de La Legión como “enxaneta”.
Borja Dacalan