La noche del domingo pasado, con la resaca del mediodía tras ver a Alcaraz vapulear a su rival en la final del Grand Slam de Wimbledon, cerramos el fin de semana con una victoria merecida de los nuestros en la Eurocopa de fútbol masculino celebrada en Alemania. Un torneo como debe ser, con un país organizador que ha puesto sus estadios desde la fase de grupos a la final para la realización de todos los partidos, sin tener que compartir con nadie la responsabilidad y el privilegio de un evento de este tipo.

En lo deportivo, nuestra victoria parecía pronosticable a tenor del buen juego y la solvencia demostrada por el equipo nacional a lo largo de todo el campeonato. No ceder ni un empate y no llegar al fatídico lanzamiento de penaltis en ningún cruce disparaban las expectativas. Durante la noche del domingo había que rematar la jugada ganando a una Inglaterra que comenzó la tarde viendo como un español conquistaba su emblemático torneo tenístico.

El deporte, especialmente el fútbol por su alcance mediático, ha servido para unir a muchos españoles. En esta ocasión ante las pantallas gigantes que muchísimas localidades han instalado a lo largo y ancho de toda España. Algunas, incluso, gobernadas por el PSC. Un partido político que, por la presión social, no ha tenido más remedio que tragar y montar una infraestructura que les recordarán por tiempo sus amos del separatismo.

Fui testigo, en la plaza en la que tienen lugar los conciertos de fiestas de mi localidad, de un lleno masivo que dejaba boquiabierto. Yo nunca había visto tanta gente congregada en ese punto y me ilusionó ver a tantos amigos y vecinos con la camiseta roja de nuestro equipo y portando la enseña nacional. La gente, de todas las edades pero predominantemente joven, estuvo entregada y disfrutó de un modo inolvidable de una victoria que, seguro, se le atragantó a esa minoría sectaria que no ve la realidad social de Cataluña y sigue en la nube de la endiosada Rovira o el desquiciado que viaja agazapado en el maletero. La juventud me quedó claro que no está por esa labor y, tras años de abusos del separatismo educativo, no han conseguido lo que pretenden con sus manipulaciones e imposiciones.

Aunque lo del deporte es solo anecdótico y no soluciona nada, puesto que seguiremos en manos de la mafia familiar y con el sanchismo campando a sus anchas con mentira tras mentira y preocupado por copar el poder judicial para seguir dando pasitos hacia el chavismo mediterráneo, ahora toca olvidar el resto y quedarnos con lo deportivo. En especial, el apoyo masivo de los catalanes a su selección nacional de fútbol. Una excelente noticia y una evidencia que duele, y mucho, a los fanáticos pleistocénicos de la tele y radios del régimen separatista.

Como catalán he sentido mucho orgullo al ver a mi equipo nacional y el gran papel de los que han nacido en mi comunidad, con un catalán como Dani Olmo que nos sacó de un verdadero apuro cuando ya casi estábamos celebrando el campeonato. Este equipo da pie para soñar con nuevos éxitos sin ponerse límites, siempre que el sanchismo y su falta de valores no acabe destrozando, también, el deporte español.

Javier Megino