El ridículo y la imagen de país poco serio se agudiza en momentos como el vivido la semana pasada. Ante todo, durante la jornada del jueves en la que tuvo lugar la investidura de Salvador Illa como presidente autonómico.

El candidato del sanchismo fue eclipsado por el circo que le montaron los suyos al líder Puigdemont en su vuelta a España. Retorno que se consumó sin trabas ni impedimentos y que demostró que podía venir, dar la cara en público y reírse a carcajadas, especialmente de la justicia y del “sistema”, sin que pasase lo que todos esperábamos. La cárcel seguirá esperando.

Con el argumento más que injustificado de evitar posibles altercados o problemas de orden público, por parte de los que alardean en todo momento que no son violentos, llegó, arengó a sus hordas y se escabulló sin que el operativo policial diese el resultado que se daba por descontado.

El fiasco no tiene explicación ni puede entenderse. Cruzó la frontera y acabó dando la cara ante los suyos en un escenario con policías de paisano y uniformados presentes. Ni la Guardia Civil en su competencia fronteriza ni los agentes de la policía autonómica, ya con el monigote presente y perfectamente visible para todos, supieron responder a las expectativas que se esperan de unos competentes representantes de la ley.

A buena lógica, el ministro del interior ya debería haber dimitido, el consejero de interior de la Generalitat lo mismo y, por supuesto, el responsable máximo de los Mossos. Pero, con ejemplos como éste, somos la risa y vergüenza del mundo.

Para colmo, no descartaría que los mossos que participaron en la estrategia de escapada del reincidente fugado acaben siendo homenajeados o premiados. Desde luego, lo de expulsarlos del cuerpo, como bien se merecen, doy por sentado que ni se lo plantean.

Borja Dacalan