Las turbulencias que se viven en España, en demasiados ámbitos de la vida socio-política, las afrontamos de un modo muy propio, con la chulería del que imagina que todo es irrelevante y esa distorsionada percepción de los que mandan al infravalorar el pensamiento y raciocinio de la ciudadanía.
En nuestro querido país no paran de pasar cosas traumáticas sin que la reacción sea, en tiempo y coste, adecuada a la acción.
Por ejemplo, de todos es conocida la llegada al poder, tras lágrimas y haciendo más kilómetros con su utilitario que la liebre de un canódromo, de un ser impresentable y despreciable que usó el argumento de combatir la corrupción como ariete para asaltar la Presidencia del Gobierno. Ahora, duerme y es hermano de personas bajo la lupa de un sistema judicial que no deja de ver evidencias de corrupción en el ámbito doméstico del que vino a salvarnos de dicha lacra. Incluso, pretende alargar los plazos de presencia de su esposa ante el juez para diluir la pérdida de imagen que le supone, haciendo que su enamorada le acompañe en los viajes oficiales y aprovechen ese privilegio a gastos pagados mientras se pueda y las sentencias por corrupción no se lo impidan. Pero lo de dimitir ante tanta falsedad y ahogo en la corrupción, que tanto utilizó para llegar al poder, ni se le pasa por su vanidosa mente.
Otro de los temas bandera del nefasto Gobierno actual fue el maltrato doméstico (a la mujer), con una ley que fue toda una bofetada a la lógica. Ahora, hemos visto como el radical feminismo electoralista colapsa, dando cobijo y conviviendo de un modo ocultado pero conocido con un maltratador camuflado en el equipo. Una persona que ha reconocido la dificultad de hacer discursos en una línea, mientras la actitud personal era diametralmente opuesta. Sorprende la perversión, vicio y conducta violenta de quien aparentaba con su cara de niño no haber roto un plato. Hundidos ante esta realidad, los partidos talibanes de esa ideología, por hipocresía y falsedad, deberían plegar velas y dedicarse a la moda y pasarela. La hemeroteca nos pone los pelos de punta al comparar discursos y perversión. Pero, no esperemos nada de todo esto, ya que buscarán la fórmula para diluir el coste político de esta infamia.
Y, dejando todo lo anterior en segundo término, llegó la conmoción absoluta con la DANA. Aunque, viendo el panorama, puede que sea un término que tengamos que ir pluralizando, al estar iniciándose una segunda oleada de lluvias torrenciales en la vertiente mediterránea. La fuerza de la naturaleza ha servido para demostrar lo inservible que es, de modo generalizado, el carísimo entramado político que tenemos que costear los españoles.
Unas alarmas a la ciudadanía tardías, el descuido de los torrentes por los responsables de las cuencas, la ayuda nacional a la espera de una petición autonómica y el pasotismo de Sánchez al evitar la alarma e implicación desde el momento uno, minando al rival electoral y sin pensar en las víctimas, han puesto en clara evidencia lo mediocre que es la clase política que nos dirige.
Con nuestros soldados y sus recursos desplegados por la zona, y el impagable respaldo de la gente voluntaria, se ha podido avanzar en la limpieza, con la mirada puesta a nuevas lluvias si evoluciona como tiene previsto la siguiente DANA. Es evidente que, si en lugar de tardar cuatro días para la movilización intensiva de los militares se hubiese dado luz verde a su participación desde el primer momento, los costes personales y materiales podrían ser de otra magnitud. Tampoco esperamos grandes sorpresas en este sentido. Ni en el ámbito autonómico, tras avisar a la gente con la población ya subida a los coches o árboles, ni, por supuesto, esperemos nada del que piensa que lo público es solo suyo y, como mejor ejemplo, tiene el Falcón siempre preparado para ir a conciertos y fiestas.
Si España fuese un país serio, la limpieza no solo sería necesaria para quitar barro, sino que debería ser muchísimo más extensiva.
Javier Megino