Lo cierto es que lo que está pasando en el PSOE no puede decirse que nos pille por sorpresa. La idea del líder, haciendo suya toda la estructura orgánica de esa mafia que en su momento fue un partido político que aparentaba cierta seriedad, es algo que ya estaba avisado desde hace tiempo. El objetivo perseguido no es otro que tener a su libre designio y albedrío el devenir del que fue uno de los estandartes del constitucionalismo, pero que ahora culmina su proceso de deterioro ante la desbocada vanidad y prepotencia del impresentable que ocupa la cúspide de los que pasean sobres por la sede de Ferraz.

Del caudillismo del que se pavonea por el palacio de la Moncloa no podemos esperar nada razonable, sintiendo, en las posiciones cuerdas preocupadas por el futuro de la nación española, una angustia galopante ante el previsible final de ese proceso depurador que pretende el control absoluto de las riendas de todos los niveles jerárquicos del entramado socialista. El sanchismo está en su máximo esplendor, con sus primeros espadas copando poco a poco los ámbitos de poder territorial. Toca hacer fructífera la conducta sumisa de los que han estado riendo las gracias y han sido fieles bufones del número uno de la trama.

El apuntalamiento del credo sanchista está garantizado, colocando a los principales lacayos en las cabeceras jerárquicas de los diferentes feudos, tras imponer la claudicación de todo atisbo de rebelión que pudiera poner en riesgo el control absoluto e interesado del maligno. Un retiro de los díscolos que apela a una decisión que califican de personal, pero que suena a sarcasmo. Siento curiosidad por ver cómo plega velas el risueño García-Page, cuando le enseñen la soga y se vea con todo el traicionero sanchismo implorando su final político.

En un alarde de intromisión interna, además de la injerencia que ya conocemos arbitrando el devenir de instituciones como el Poder Judicial, nuestro Maduro está aplicando la tabla rasa para consagrar su futuro y consolidar el dominio, plenamente consciente de que vive a costa de su pleitesía a los amos soberanistas y los herederos del terror. Pero su enfermizo deseo por seguir en la cúspide y mantener el disfrute de los privilegios, en beneficio personal, de sus familiares y de sus palmeros, son la prioridad absoluta que rige la línea de acción del que ha perdido toda credibilidad como mandatario representante de una nación como la española que ni siente ni respeta.

Javier Megino