A nuestros hijos siempre les hemos avisado de que cuiden al levantar una piedra porque puede haber sorpresas. Todos tendremos alguna anécdota al respecto y más de uno algún susto en el recuerdo. En este sentido, la cantinela del farsante esposo de la catedrática Begoña se ha basado, estos últimos días, en la búsqueda de apoyo a su propuesta Ómnibus levantando todas las piedras que fuera necesario, sin importarle los riesgos o las picaduras que puedan originarse en ese frenesí harrijasoketa.

El objetivo era conseguir llevar adelante una sarta de medidas que, con un enfoque social en muchos casos, pero con un claro tufo de pago de deudas o prebendas en otros, Sánchez ha camuflado como una barrera protectora social que, en primer y prioritario lugar, pretendía la protección de su propia continuidad. Tan importante era que su amo fugado le validase la propuesta, que todos sabíamos que tarde o temprano se iba a aceptar y, con ello, dispondría del apoyo parlamentario de los que están en el Parlamento para acabar con España. No perdamos de vista que, al impresentable que tenemos como presidente, no le importa en absoluto el coste que pueda suponer el visto bueno del que sigue riéndose de todos en su palacete de Waterloo.

Obviar ese condicionante era tan fácil como segregar los puntos del decreto diferenciando lo que era de ámbito social, que todos aprobarían sin contemplaciones, de lo que se mete con calzador en el paquete y supone la sumisión y arrodillamiento ante los socios sanguijuelas que tiene el sanchismo. Pero, como se ha visto, Sánchez siempre preferirá dar coba a los que le invistieron, en lugar de pactar sin costes añadidos con la maleable oposición que, entre bambalinas y creyendo que tenían alguna posibilidad, negociaron con los que, por principios, valores y sentimiento patrio, no deberían ni plantearse hablar en ningún momento. La mera posibilidad de que en algún momento el extremismo de los de Junts sea partner del PP le desacredita y autodescarta como posible voto a futuro.

Borja Dacalan