En un nuevo alarde de palabrería, mentira y falta de vergüenza, el que sigue siendo por desgracia nuestro presidente del Gobierno ha vuelto a poner el listón, si cabe, todavía más alto para impedir que le superen en su plusmarca de impresentabilidad y chulería.

En esta ocasión se le ocurre lanzar el mensaje de que no se pueden vender nuestros valores, aprovechando el varapalo mundial que se nos avecina con el fin del libre comercio por el impacto de los aranceles proteccionistas impuestos por Trump. Y lo dice él, que ya no sabe qué vender para seguir mendigando continuidad en la presidencia del Consejo de ministros y ocupar el sillón azul junto al pasillo en el Congreso de los Diputados.

Es insultante que se sirva de un discurso que de forma sensata podemos compartir muchos, dado que la mayoría de españoles somos defensores de nuestros productos frente a los que vienen de fuera. Lo desagradable es que salga de boca del mayor fraude que ha vivido la política española. Un personaje que ha llegado a ser, sin comparativa posible, el ser al que menos le importa vender sus valores y principios con tal de seguir en el poder. Una farsa absolutamente denigrante que suma otra mentira más en su dilatado currículum.

Es larga la lista de cesiones, concesiones y medidas adoptadas por semejante vendepatrias, tras contradecir sin pudor alguno todo el mensaje electoral que le llevó a la Moncloa. Es patético verlo tan cómodo junto a los que han abanderado el terrorismo etarra y quienes rompieron la convivencia en Cataluña, tras aquella declaración mísera y ruin que derivó en la huída en un maletero del infractor jefe. Es fácil preguntarse ¿dónde quedaron sus valores?

Que un pelele controlado por los que desean a diario el fin de la nación española alardee de defensa de los valores es, sencillamente, vomitivo. No hay día en el que nos libremos del ridículo y de la vergüenza ajena, como españoles que realmente sentimos nuestra patria, al ser testigos de la deshonra y los costes que supone para España que este vanidoso marido de la “catedrática” Begoña mantenga su posición en la cúspide política de nuestro país.

Váyase de una vez a empadronarse a Marruecos y déjemos en paz. Su amigo Puigdemont ya le otorgará algún puesto en su “embajada de chocolate” próxima al hermanísimo Mohamed.

Borja Dacalan