¡Tengo miedo! Sí, tengo miedo al terrorismo, a no poder cerrar los ojos por la noche con la esperanza de abrirlos de nuevo al día siguiente. Miedo a ver el terror en toda su crudeza, la sangre derramada, los llantos, el desespero. La soledad que inunda el corazón de los que han perdido un ser querido. Miedo al olvido. El día después de retirar las velas, las flores y los ositos de peluche. Sí, miedo a dejar atrás las escenas lacrimógenas y empezar a contar los días sucesivos y así hasta que mis piernas puedan sostenerme. Entonces seré yo la que preguntaré ¿ por qué ?, la respuesta, un silencio inmenso. No dirán nada los que lanzaron comunicados oficiales, los que se hicieron la foto, los que quisieron sacar rédito de todo aquel dolor. Lo horneado eran los aplausos por lo bien que se había llevado a cabo la disolución del colectivo yihadista, la información puntual de lo acontecido, la presencia ante las cámaras de los responsables de las instituciones catalanas, las altas dosis de claridad » en català » para todos los informadores y como colofón la entrega de condecoraciones selectivas. Pero en ningún instante se ha reflexionado en voz alta sobre los antecedentes de esta situación sobrecogedora. Desde el Olimpo nacionalista se redactó el grito «No tinc por», grito que tendrá su eco mucho más allá del acto oficial del duelo. Se vocalizará todas las veces que los secesionistas se lo propongan. El alcance está en el horizonte del «som una Nació «.

La tragicomedia culminó con una manifestación por las víctimas. No hubo respeto, sólo farsantes ante las cámaras. Y una imagen fija, el Jefe del Estado humillado, las instituciones españolas degradadas y una pancarta fuera del control secesionista – » España contra el terrorismo, ¡ gracias Majestad ! » – centro del odio más atroz, abucheados sus portadores, insultados y hasta agredidos, un refuerzo policial impidió lo que nunca puede permitirse en un sistema democrático, el linchamiento. Pero la verdad de lo que fue y quiso ser, se plasma en la ausencia del Estado en Cataluña, ya no en esos momentos de horror, sino en los largos años de democracia.

Miedo sí, por el abandono sufrido en el ámbito académico, por no poder tener derecho a la información en la lengua española, por no ver ondear nuestra bandera en muchos lugares públicos, por no escuchar nuestro himno nacional en silencio. Miedo, por apreciar que es más importante gastar el dinero público en procesos de independencia que en seguridad ciudadana. Ni maceteros, ni barreras, ni vigilancia policial. El terrorista hizo una caminata a pie y nadie interrumpió su deambular.

Algo quedó claro la tarde del 26 de agosto de 2017, la sociedad catalana está dañada de muerte. Urge el antídoto al NACIONALISMO, edulcorado ahora con el término Soberanismo. Los síntomas de la enfermedad estaban a la vista, la cantidad de jóvenes que lanzaban por su boca sentimientos de revancha, rencor, delirio de agravios. No era más que el fruto de la incapacidad de respetar a un semejante que piensa diferente, jóvenes adoctrinados desde la escuela y desde las terminales identitarias.

Miedo a que la sociedad no sepa reaccionar ante tanta bajeza moral, ante unas asociaciones subvencionadas por un movimiento ideológico destructivo de la convivencia, a unas élites políticas incapaces de reaccionar a tiempo con la ley como eje vertebrador del Estado de Derecho. A una sociedad que permita trucar los actos terroristas y pasar del grito «no al crimen» al «no a España «.

Miedo a dejar de ser ciudadano para llegar a ser populacho.

Ana Maria Torrijos, miembro de la junta d’Espanya i Catalans.