A mi amigo Javier Megino…

Aún no había deshecho la maleta cuando desplegando la antena hacia el mundo encuentro tus siempre analgésicas palabras contra todos los dolores que suelen aquejarmos.

Llego a las vacaciones como tú mismo, con los ojos muy abiertos y prestos a ver todos los posibles efectos secundarios que el tsunami epidemiológico ha producido en la costa.

Y allí donde tú mirada sólo ha podido ver un exceso de africanos (no sabría encontrar otra palabra tan politicamente correcta) que no han podido pasar el Estrecho, un servidor, a más a más, como dicen por Collserola, permíteme contarte otras cosas vistas, porque soy un maniático ser de disciplinada vida que a falta de barco, todos los días se suele montar una peculiar y bicicleta singladura de pobre, desde Sant Salvador a Vilanova, en la que aparte del saludable rocío del amanecer, disfruta contando todas las estelas del camino. Ya sabes, los médicos siempre con la obsesión del termómetro para medir la temperatura de las cosas.

Pues bien, en mi último contaje, allá por el pasado otoño, sumé casi unas 375 en la primera línea de playa, porque volviendo por el interior, donde el sencillo pueblo de Dios suele estar más en la física del estómago que en eso de la metafísica de la mente, las cosas «simbólicas», vaya, que diría aquél hombre de triste memoria, el que pasó de Mas a Menos.

Mi peculiar entretenimiento y hasta sarcástica diversión, el ir descubriéndolas entre todo el clamoroso silencio de la mayoría «de los otros», los que sin estelada alguna en sus balcones, preferían ver mejor el mar, mientras sonrientes, paciente y sabiamente, preferían esperar a que la fiebre del resfriado ajeno remitiese poco a poco, aunque yo, a mi vez, no pudiera desterrar al verlas, mi eterna pregunta… ¿qué será de todos nosotros, si toda esta gente saca algún día adelante su totalitario proyecto?

He contado una y otra vez sus estelados balcones, los escaparates de sus pretendidos y diferenciadas almas y cerebros. Las arrogantes banderas de la diferenciación, cuando no iguales al vecino de arriba, el del ático más situado y poderoso.

Ondeando ellas casi tan alegremente como aquella alegría republicana de aquellos primeros meses de nuestra incivil guerra, con todos sus ciegos simpatizantes celebrando el que, en adelante iban hasta a poder atar los perros con longaniza y hasta a inundar España con Freixenet si falta hiciera ebrias de emoción, las diferenciadas banderas, las del «nosotros no somos ellos», porque aquí no tan siquiera sabríamos decirle nada sobre el 3% ni siquiera opinar sobre la banca Andorrana esa tan famosa y próxima.

Esta mañana, les decía, he vuelto a contarlas y, así como en los hospitales ingleses los relojes y corbatas están prohibidos como fuentes de contagio posibles, ahora, a la costa ha debido de llegar la prohibición no declarada de su desaparición, porque he contado sólo un par de docenas en el trayecto de marras.

Así es que ya, liberado del peso de llevar la cuenta, me he permitido poner el coco en las cosas importantes que al hilo de lo hilado iban surgiendo, porque los que no somos nada nacionalistas, siempre estamos con eso de Sergio del Molino, con que «no vemos más que problemas y peros y monstruos en el nacionalismo’. Algo equivalente para un médico, como verle las pupilas muy dilatadas y sin reaccionar a un enfermo, vamos.

Y también me ha llegado otra sosegante reflexión Orwelliana al respecto, «el pacifismo se funda ampliamente en esta creencia: no opongáis resistencia al mal y este de algún modo se destruirá a sí mismo».

Las banderas, en suma, tan emocionalmente enriquecedoras han desaparecido, por culpa de un virus cabroncete, pero que cuál si se tratara de un mágico Tedax (desactivador de explosivos) tenemos que agradecerle, si algo hubiera que hacer por él, el haber desactivado la bomba enterrada desde la guerra de Secesión, allá por la noche de los tiempos.

Lo anterior, Javier, la parte dulce de la playa, aunque tras encerrarla en alcanfor y baúles, haya podido dejar una pobre herencia de enemistades y distanciamientos familiares. ¡Menudo negocio! El pastel del ataque de realidad aguda, regalo del puto bicho.

Ay, qué dolor, ver a tanta gente quejándose de la injusticia de que no les dejarán votar, con la misma vehemencia con que mi paciente y amigo Eleuterio se queja de que no le permitan conducir a sus 87 añitos.

Y, me doy cuenta, amigo, de que yo también, seducido por las esteladas, no he dejado papel para las otras cosas agrias de «la playa de los nuevos tiempos», con sus gordos/as en proporciones casi USA, sus distanciamientos y cosas que dejó para mejor ocasión.

Permíteme acabar con Orwell…»los intelectuales son quienes más alzan la voz contra el fascismo, pero una buena parte de ellos se abandona al derrotismo en cuánto comienzan las dificultades», mientras otro querido autor, más de casa, J.Pla podría también decir más o menos, no recuerdo bien…»confundir la política con la poética, no es una confusión, es una estafa. Pues eso.

Un abrazo y feliz verano a todos los amigos de Espanya i catalans.

Luis Manuel Aranda – Médico Otorrino