«Explican, declaran y protestan los presentes, y dan testimonio a las generaciones venideras, de que han ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, quejándose de todos los males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida Patria, y extermine todos los honores y privilegios, quedando esclavos con los demás españoles engañados y todos en esclavitud del dominio francés; pero así y todo se confía, que todos como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados, a fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España» (Rafael de Casanova)

No los entiendo, pero los respeto. Me gustaría recibir de ellos algo similar. Tampoco comprendo por qué es así y también los sigo respetando. Y además, me duele, porque soy también catalana. Me apena profundamente, que esto sea así, que no podamos estar todos unidos, no sólo como españoles, sino también como catalanes.

No entiendo qué ganan con presentar nuestro pasado como una película de buenos y malos, cuando todos sabemos que esa estructura discursiva lleva siempre al enfrentamiento y refleja una imagen simple y sesgada de la realidad. Recrea una dinámica constante en los peores episodios de la historia de las sociedades humanas. Ese divide y vencerás, en el que late la pregunta: ¿quién vence?

No avanzamos las personas, ni mucho menos las ideas. Sí, los grandes capitales que ponen en marcha toda una maquinaria de ingeniería social para manipular el pensamiento y las acciones de toda una nación y la aboca a una estrecha vigilancia. La hunde en la represión explícita o sutil de la más mínima disidencia.

¿Por qué sólo “¡Viva Cataluña!”, si en realidad fue y será siempre un “¡Viva España!?
Ante el monumento de Rafael de Casanovas, resonarán de nuevo dentro de nuestro pecho, los profundos ecos de amor a nuestra patria desde Cataluña, desde el pasado y hacia el futuro.

María José Ibáñez