Alguien dijo que ser español es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en está vida. Esto ya hace mucho tiempo que se ha olvidado, gracias a la desaparición de la autoestima colectiva del pueblo español, subvencionada por quien debiera salvaguardarla fielmente. Extraño fenómeno, el hispánico.

Los partidos políticos en el Gobierno, y algún otro también, se aferran a sus poltronas parlamentarias en un afán de autocracia mercantilista que ya quisieran para ellos muchos especuladores bursátiles. En el confinamiento silencioso y macabro en el que nos intentan anular, sobrevuelan como aves rapaces, y no precisamente águilas.

Pero no es esto lo peor de todo. Lo más grave es la incapacidad de ponerse de acuerdo de los que dicen defender la democracia y la Constitución. Sino tenemos muy claro que por encima de todo está España, que debemos buscar puntos comunes que garanticen una alternativa fuerte frente a la impostura que nos gobierna y que ya nos queda poco tiempo, al menos en Cataluña, habremos puesto de manifiesto que no somos mucho mejores que ellos. Habremos demostrado que somos mucho peores. Unos hipócritas. Que todo lo que se gritaba en las calles no era más que invocación patriotera sin sentido, música de charanga para distraer a los que nos sentimos españoles de los verdaderos problemas que nos atenazan.

España está por encima de las pugnas entre los partidos, los individuos, las clases y los distintos territorios. Y el puntal en que debe apoyarse, para fundamentar un futuro digno, es la educación. La educación ha de servir para formar una idea de unidad de todos y el respeto por la diversidad cultural de cada una de las personas que la integramos. El orgullo y la alegría de ser quienes somos. Porque no es poco, ser español. Y en español.

Señores de los partidos políticos constitucionalistas, poder estudiar, hablar y trabajar en español en España, no es una concesión que nos puedan hacer los déspotas autocráticos que nos reprimen en Cataluña. Es un derecho inalienable de cualquier ciudadano en cualquier estado nacional del mundo. No queremos vergonzosas limosnas porcentuales. Simplemente somos españoles que por una desafortunada palabra en nuestra Constitución, abrimos la brecha para la diferenciación entre unos españoles y otros. Unos teníamos regiones, otros nacionalidades. Este fue el «¡Ábrete sésamo!» de toda la panda de Alí Babá , el salvoconducto de toda la especulación política que , no conforme con su poder ecónomico oligárquico, ha colonizado una parte de nuestro territorio y nos ha convertido en extranjeros en nuestra propia nación. Todo pactado y consentido por los sucesivos Gobiernos que se han estado turnando en el reparto del botín.

Una palabra simplemente, nacionalidad en una nación, ¿cómo? No hace falta ser un experto lingüista para percibir que es un absoluto contrasentido, puesto que la nacionalidad es la cualidad de pertenecer a una nación, es decir su concreción. Y la nación de la que se habla en la Constitución es España. Quizá hace cuarenta y pico de años , esto colaba. Pero ahora, señores políticos, ya no cuela, ya no nos chupamos el dedo, estamos muy acostumbrados a las manipulaciones de charlatanes oportunistas a los que hace tiempo que se les está viendo el plumero. Y no precisemente por ser liberales.

María José Ibañez