Al fin ha llegado la Navidad. Ha llegado a pesar de la pandemia, a pesar de los negocios cerrados y en la quiebra, a pesar de toda una juventud encerrada y escondida detrás de una mascarilla. Ha llegado al fin y aquí estamos, esperando renovar nuestra vida con la única esperanza real: el Nacimiento de Jesús. Todo lo demás pasará y ojalá que este renacer navideño sirva para que miremos hacia adelante con otros ojos. Con la vista puesta en los planes positivos de construcción de una humanidad real, con respeto hacia todas las maneras de vivir, de pensar, de hablar.

Esta Navidad, en una Barcelona sin el tradicional Belén en la plaza San Jaime. Casi mejor. El gasto que generaba no compensaba ni de lejos el exiguo interés que despertaba. Un interés más bien morboso, que nos hacía comprobar año tras año, la forma sórdida y cutre de mostrar a nuestro turismo el poco respeto de nuestra alcaldesa por la religión, el buen gusto y el civismo. Menos mal.

Este año tenemos el Belén viviente todas las tardes en la Meridiana, cortada desde hace año y medio por un grupo de indefinibles personajes que se amontonan e impiden el paso de los pacientes trabajadores que a esa hora de la tarde suspiran por llegar al fin a sus casas, muchos de ellos de fuera de Barcelona. Igual que los que se lo impiden, a juzgar por los autobuses que les aguardan cuando deciden terminar su fiesta diaria de gritos pro amnistía de políticos presos, sardanas, canciones horteras de todo tipo e insultos a España. Ese Belén si es permitido por la alcaldesa, es más su estilo. Y custodiado por una ingente dotación de policías, que por supuesto pagamos todos los barceloneses.

La Navidad, con la boca tapada, el corazón encogido, la rabia en el estómago y los bolsillos vacíos de tantas personas que cada día somos violentadas por una nueva decisión de nuestro Gobierno, sin ningún tipo de consenso ni discusión con los partidos de la oposición. Un Gobierno formado por un partido que ascendió mintiendo a sus electores y reagrupando a todos los partidillos “low cost” del espectro hispano, sin importarle lo más mínimo su ideología, su ética o su legalidad.

Una Navidad con la escuela pública, privada y concertada dinamitada desde el poder. Sin escuelas especiales para niños con serias dificultades económicas. Una escuela que impone una lengua a todos los estudiantes en nombre de la pluralidad, sin importarle lo más mínimo que la lengua común de todos los españoles es el español y que es también la más hablada. Trabas y más trabas para cercenar los derechos de todos los españoles, de nacimiento o de voluntad, que trabajan cada día poder darles a sus hijos por lo menos lo que ellos recibieron, una enseñanza libre y de calidad, adecuada a sus necesidades, y no a las de un montón de políticos trasnochados que disfrazan de democracia su gestión bananera.

Una Navidad, que esos mismos políticos, con la misma estrategia impositiva, han celebrado aprobando la ley de la eutanasia. La ley de la muerte. No es posible que exista un eufemismo tan cruel, tan hipócrita y tan despreciable como este.

Esperemos que esta Navidad nos infunda a todos el ánimo para luchar esperanzados y unidos por una ciudad donde se pueda circular en paz, por una escuela para todos, por la libertad de estudiar en español en España, por el respeto y el amor a las personas y una verdadera ley de cuidados paliativos para las personas que sufren. Pero para luchar, amigos, todos juntos, de verdad.

¡Feliz Navidad!

María José Ibáñez