¿Tiene algún sentido que existan partidos políticos en España cuyo leitmotiv sea la destrucción de nuestro propio sistema constitucional? ¿Es lógico que el Gobierno de España se apoye en partidos políticos que no esconden su voluntad de trabajar en contra del Estado? ¿Es sensato que sigamos transfiriendo importantes cantidades de dinero público a entes que trabajan incansablemente para destruir nuestra arquitectura política y social?
Las respuestas a estas preguntas serían “no” en cualquier país civilizado del mundo. En España, sin embargo, esto es normal. Hemos asumido el harakiri político con una pasmosa facilidad. La izquierda española, subida a lomos del desbocado separatismo supremacista y xenófobo, ha comprado un relato político que nos lleva a un clima de distorsión de la paz social. El Gobierno de Sánchez e Iglesias, en medio de una pandemia que ha acabado de arruinar a nuestro país y que ha costado miles de fallecidos, está dinamitando todos los consensos básicos que quedaban en nuestro país.
¿Tiene sentido que medio gobierno dispare a diario contra el Rey? ¿No es muy peligroso pretender cambiar en este contexto todos los pilares de nuestra justicia? ¿Es normal que estén fiscalizando, controlando y censurando a los medios de comunicación que se atreven a criticar al Gobierno? ¿Es democrático extirpar de la educación pública la lengua común en media España? ¿Por qué era tan urgente incorporar a Pablo Iglesias en el CNI o a una exministra con carnet del PSOE en la boca en la Fiscalía General del Estado? ¿Es moralmente ético que el Gobierno de España se apoye en el partido de la ETA o en quienes están en la cárcel por haber dado un golpe de estado a la brava desde Cataluña? ¿Es normal que en las Comunidades Autónomas gobernadas por nacionalistas salga gratis no cumplir las sentencias de los altos tribunales de justicia cuando no son de su agrado? ¿Es democrático que el Presidente del Gobierno se niegue a comparecer en el Congreso gracias a un Estado de Alarma de medio año?
Si no ven en estas acciones tics autoritarios, háganselo mirar. España se está moviendo en el pantanoso terreno del populismo autoritario de extrema izquierda. El Gobierno Frankenstein lejos de defender legítimamente reformas puntuales de la Constitución, está desvirtuando las instituciones básicas del Estado para avanzar hacia un proceso constituyente. Estamos inmersos en una peligrosa senda de involución democrática que el mainstream mediático oculta a cambio de multimillonarias subvenciones.
Me encantaría poder decir que en nuestro país gobierna una izquierda homologable a las que gobiernan en otras naciones de Europa. Pero no es el caso. Sus alianzas, su guerracivilismo, sus políticas sectarias y su agresividad contra los pilares del Estado de Derecho delatan al actual Gobierno. Nuestro país mira con más simpatía a gobiernos como el argentino o el venezolano que a las grandes potencias europeas de referencia. No son teorías de la conspiración sino teorías de la constatación.
En todos los países hay una frase que se ha repetido antes de un régimen comunista, “esto aquí no puede pasar”. Claro que puede pasar. Conviene estar atentos, defender sin medias tintas el orden constitucional, el peso de España en Europa, la separación de poderes, la libertad y la propiedad.
Antonio Gallego Burgos