Que los hombres y las mujeres conozcamos nuestros derechos y los defendamos, no comporta aceptar ni una sola de las premisas convencionales establecidas por la ideología de género populista que intenta eclipsar cualquier pensamiento divergente, o más bien yo diría, cualquier pensamiento.

Defender que una mujer, si sufre una discriminación del tipo que sea, si no se respeta su derecho formar una familia, a ser libre, así como la conciliación familiar, es el verdadero feminismo, puesto que sí, para casi todas las mujeres, sus padres, sus hijos, sus hermanos o sus parejas son muy importantes. Y para casi todos los hombres, también.

La ideología de género ha venido a sustituir al marxismo cultural. Su construcción se basa en la disolución de individuo en el grupo: sexo, raza, orientación sexual. La persona no se define como un ser singular sino que se la encuadra en algún colectivo instrumentalizado. Es un totalitarismo, que por subliminal, es mucho más poderoso, pues es capaz de penetrar en la vida privada de las personas y en los últimos pliegues de la sociedad. Opone e impone, como el rancio marxismo, lo que está bien y lo que está mal de forma dogmática y basado en sofismas.

Para la ideología de género, lo real no consiste en algo ontológicamente sólido y unívoco, sino en una construcción de conciencia, tanto individual como colectiva, basado en una premisa tan maniquea como falsa y que busca el enfrentamiento y los réditos políticos y económicos que el resultado positivo le pueda aportar. Es lo que en lingüística se denomina construcción locutiva. Da al traste con con toda la cultura humanista europea, desde Platón y pasando por Aristóteles. En nuestros pensadores originarios la cultura se construyó sobre la base de que había una verdad interna de «logos» en las palabras.

Según el escritor Stefan Zweig, occidente ha sufrido una pérdida de la verdad interna de las palabras, a partir del concepto de posverdad creado en la Alemania nazi por Goebels, Este concepto establece que una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad. Esta pérdida del valor de la verdad ha sido para Europa peor que el mismo genocidio.

Los Guardianes de la Verdad imponen cánones completamente artificiales para imponer una afirmación dogmática en la que la binariedad hombre/mujer, siempre de enfrentamiento, es una construcción cultural y el género( osea el sexo) es puramente performativo. Absurdo en el que podemos preguntarnos, que si no existen las mujeres, dónde está el feminismo. Yo creo que en defenderse de tanto contrasentido populista y mercantilista, deconstruyendo esta nueva falacia del capitalismo global, para tener un nuevo mercado que asegure sus réditos y en el que el ser humano, lejos de la visión aristotélica como un ser espiritual, se convierta en mero engranaje de la rueda del poder. Como siempre, más de lo mismo.

María José Ibañez