Opciones políticas aparte, hacía tiempo que tenía una sensación sepultada en el recuerdo. La recordé el otro día, al visualizar la entrevista televisiva de RTVE a Rocío Monasterio. Me vino a la memoria mi preadolescencia, cuando alguna profesora o religiosa, demasiado exigente con mi capacidad de autocontrol lúdico, me increpaba con intensidad desproporcionada para que admitiese algo con lo que yo estaba en completo desacuerdo, con formas algo prepotentes que no lograban, ni de lejos, su objetivo, antes al contrario.

Sólo algunas diferencias. En la entrevista dos adultas, una presentadora y una arquitecta. En un plató de televisión y no en el despacho de la directora de un instituto. Dos mujeres adultas, una de ellas con las ideas muy claras, gran profesional y política, firme defensora de sus convicciones y sin el miedo de una niña a expresarlas claramente.

En mi vida he sentido más vergüenza ajena viendo la televisión, no sólo por el escaso carisma de la presentadora, sino por su actitud. Durante toda la entrevista acribilló a Rocío Monasterio con preguntas absolutamente sesgadas e ideologizadas, como impone el caciquismo que hoy dirige y alimenta RTVE. Preguntas muy ofensivas, llenas de acusaciones más propias de una representación teatral de un interrogatorio del KGB (Comisión de Seguridad Estatal) de la antigua Unión Soviética.

La presentadora no permitió que la “invitada” acabase de responder a una sola de sus preguntas, prácticamente no la dejó hablar y cuando en una ocasión le formuló Rocío una pregunta retórica, le respondió en un tono helado y apretando los dientes “las preguntas las hago yo”. En todo momento, con voz áspera y tajante, cargada de rabia, la acosaba con la intención de que condenase el envío de las cartas amenazantes, sin dejar hablar a la entrevistada que en todo momento repetía, con gran temple dadas las circunstancias, que ella siempre ha condenado la violencia del tipo que sea, mientras la presentadora ahogaba su voz de tono suave con sus cansinas acusaciones, casi a gritos.

Durante toda la entrevista no le “preguntó” nada más. Eso sí, parecía estar a punto de obligarla aponerse de rodillas y pedir perdón por exponer en público los puntos básicos de su campaña electoral para las autonómicas de la Comunidad de Madrid.

Creo que, como yo, Rocío Monasterio quedó sumida en el más profundo bochorno y estupor. Qué en un país democrático se inviertan los fondos públicos en subvencionar este tipo de informativos, no me parece ético, no sólo por su falta de calidad periodística, sino por el estilo ordinario del tono agresivo de la entrevista. Rocío Monasterio, hizo, como buenamente pudo, alusión a los ladrillazos de verdad recibidos en Vallecas, respecto de los cuales hay quien guarda silencio, así como que no se pueden comparar con las amenazas por carta de una persona que han querido vincular con la política, y no es más que un desequilibrado mental, dando por sentada su vinculación a la formación política a la que ella pertenece. Y no precisamente de forma subliminal. como suelen. Y a esto, yo añado que tampoco se pueden comparar esas cartas con los disparos en la nuca recibidos por tantas víctimas de ETA que no han sido condenados por algunos que aún siguen sentados en sus poltronas parlamentarias.

A la presentadora cazafascistas sólo le faltó sacar un ladrillo. Que me expliquen a mí quién necesita aquí un cordón y a qué especialista de la sanidad hay que derivarlo.

María José Ibáñez Rodríguez