Dos ritmos frenéticos, asoladores dañan a la sociedad, los estragos sanitarios graves y prolongados en el tiempo a causa del Covid con muchas familias golpeadas, muchos llantos contenidos y un “ lo siento “ generalizado y lo que ocurre en el ámbito de la política, que no nos aúna en torno a lo que se pronostica o intuye , ni miramos inquietos a los que sufren el zarpazo de la impostura, de los atropellos de la ley, todo lo contrario nos enfrenta, crea un ambiente insostenible entre los que se sienten abandonados, los que por su tibieza son un comodín y los que por sectarismo aplauden cualquier decisión aunque también pueda perjudicarles. Un auténtico caos social y las televisiones transmitiendo programas propios de una sociedad desnortada o manipulando al máximo con una información sesgada.

El poder es necesario para hacer funcionar a una sociedad, alguien debe tener la capacidad de dirigir las pautas para marcar la actividad de cada uno de los sectores productivos, pero siempre dentro del marco establecido por la Constitución; lo imprescindible para que posicionamientos diferentes puedan compartir ideales comunes, el Estado de Derecho.

Como se ha indicado antes, es muy difícil conseguirlo con los planteamientos del actual Gobierno, ostentar el poder sea al precio que sea, hasta entregar la nación en manos de quienes quieren destruirla. Cuesta creer que se puedan adulterar las instituciones y que sea algo difícil poner en marcha un resorte que obligue al Ejecutivo envainar la espada con la que está cortando ios hilos conductores del sistema político.

Muchos años de deterioro, paso a paso se ha ido debilitando la fortaleza del sistema. No han dado muestra de responsabilidad los diferentes líderes de las formaciones políticas cuando han creído que el desplazar una simple piedra de un túmulo no lo pone en peligro, y así se ha planteado la misma cuestión una y otra vez. Quitarla de aquí, luego de allá, equilibrar con la del otro lado, una, dos , tres………¿ hasta cuándo ?. En un momento dado se producirá el derrumbe y nadie querrá asumir la culpa. Todos argumentarán que les obligaron a hacerlo o que era la única salida, que contaban con la lealtad del otro, del que se lo exigía para gobernar o igual que ahora está ocurriendo, por armonía, por concordia. Frases hechas, vacías de su verdadero significado, palabras entrelazadas para decir lo que se ha fabricado en la recámara del partido y hasta puede ser en la mente de un iluminado, capaz de entregar lo que avala la existencia de una nación su territorio, sus leyes, el afán de seguir todos juntos , por querer mimbrearse a lo largo de los pasillos para encuadrar la foto que pueda catapultarle hasta el infinito de la perfidia, donde se le asegure su permanencia en el trono. No le importa que le acompañe el anonimato en las cancillerías, en los foros internacionales, en todo lugar en el que se busca la seguridad, el progreso de la ciudadanía a la que representa.

El desarrollo de la política será como los ciudadanos lo quieran, si por despiste, por falta de atención, por centrarnos sólo en nuestra vida privada hemos abandonado nuestra obligación como ciudadanos y se ha consentido que el poder lo haya secuestrado quien no es digno de hacer uso de él, entonces ya sabemos lo que nos toca.

Ostentar el poder en democracia es servir al país y a su pueblo, entregar todo el caudal de valores personales para conseguir la convivencia, el encaje legal de sus decisiones y que al dejar ese poder pueda hacerlo con honra, con la tranquilidad de que ningún otro motivo le ha desviado de esa función, de esa obligación, que no es otra que respetar el Estado de Derecho.

El presidente no está cumpliendo lo que debería. Solapadamente está conduciendo a nuestro país al desastre y con él a nosotros. Por eso es el momento de decir hasta aquí hemos llegado y con decisión, sin dudas, sin reparos elevar la voz y decir con firmeza »’Si salen, SALIMOS.»’

Ana María Torrijos