La gravedad es una fuerza fundamental de la naturaleza, una fuerza invisible que domina nuestro planeta. De arriba a abajo caen los objetos pero ahora interesa romper y dirigir esa trayectoria en dirección contraria como lo hacen los satélites para divisar la bella imagen de nuestro planeta e investigar nuevos horizontes. El hombre con el avance de la ciencia lo ha conseguido y con ese empeño sigue indagando proyectos que le aporten mayores satisfacciones.

Abajo el pueblo, la gente corriente y arriba la élite o los que se creen serlo. Los sistemas democráticos liberales rompieron con la marginación por situación social o de otra índole, la distancia que los separaba se fulminó, todos tienen derecho al voto, a pensar, a tomar decisiones importantes acerca de lo que puede interesar a la sociedad y en ese ámbito de las ideas es en el que nos movemos o deberíamos hacerlo.

Los de abajo están siendo aplastados y despojados poco a poco de estas conquistas sociales. Ahora daña la conciencia ver la avidez en restringir las libertades de los ciudadanos: el tener la dieta que uno desee o pueda , salir a la calle sin límite de hora , estudiar en la escuela elegida por la pauta familiar, conseguir los conocimientos imprescindibles para prosperar socialmente, recibir la información plural sin censuras previas, el hablar un buen español con la referencia exclusiva de sus reglas gramaticales, decantarse por los estudios académicos sin pautas feministas, formar parte de una lista electoral o de una directiva empresarial por valía propia no por cuota de género y así una lista larga de decisiones sectarias, ideológicas que han ido imponiendo los de arriba.

Siempre habrán mentes cerradas, dogmáticas, impositivas, incapaces de comprender que cada uno es responsable de su destino y que una visión única sólo se puede conseguir a la fuerza, violentando a los que tienen un modelo de vida distinto. En esa línea están los comunistas y los nacionalistas. Ellos viven con la idea de imponer sus tesis anacrónicas en una sociedad que le ha dado a la rueda del desarrollo con esfuerzo y no sin ciertas dificultades.

Podríamos preguntarnos dónde han quedado términos como el proletariado, la lucha de clases, la raza, la identidad, todos han sido barridos del panorama social, no caben en una comunidad avanzada en la forma de vivir, de buscar proyectos para el futuro, un futuro abierto no cerrado en argumentos agarrados al terruño propiedad de los nacidos allí o a la marca que da el puesto laboral que aplasta si no se permite aspirar a otro. Ya no se divisa «el burro catalán» ni «el puño al aire», pero no pierden la esperanza los que se han quedado sin los tradicionales distintivos, ya han encontrado otros, nuevos discursos argumentados con la misma trivialidad. El sexo a la carta, el idioma, «la llengua catalana» están en primera línea y para infiltrarse con rapidez es necesaria la escuela, la cuna de los niños y adolescentes.

Todo vale para la apuesta colectivizadora e identitaria, imprescindible para seguir manteniendo una élite de eternos aprovechados, a los que a medida que se les van cayendo los argumentos tienen pronto en la recarga otros. No se preocupaban por las mujeres afganas antes de que el bloque occidental interviniera en ese país, en cambio ahora las utilizan en su argumentario. Dicen que votar, se vote lo que se vote, es democracia, que dar indultos, sean graves o muy graves los delitos, es democrático.

Vuelven a afirmarse arriba, presionan a los de abajo para que pierdan las ansias de conseguir prosperidad, de tener todos los derechos que indica la Constitución. Si en el Medioevo los aristócratas, los propietarios de las tierras, los señores feudales tenían sometidos a los sectores populares, ahora se renuevan las ansias de impedir la libertad y lo hacen legislando según intereses sectarios, la izquierda comunista con la excusa populista de «por el pueblo y para el pueblo» y los nacionalistas «por la terra». Buenos y malos es la impronta de una política eterna, los capitalistas y los españoles son los demonios a derrotar y para ello la demagogia, la falsificación de la historia, héroes ficticios con un pasado bastante turbio.

Diecisiete autonomías pero no diecisiete niveles de derechos según les parezca a los opresores actuales. Los de abajo son ciudadanos con igual intensidad y los que se columpian arriba deben saberlo y respetarlo. Un impulso firme para equilibrar ambas posiciones……El primero debe ser un reparto de las ayudas europeas por igual a las distintas comunidades del Estado. Y eso es un empezar.

Ana María Torrijos