El no emitir palabra alguna o no oírla puede ser gratificante en ocasiones, aunque también se puede conseguir satisfacción con una algarabía más o menos intensa a tu alrededor. Lo necesario y crucial es saber en qué momento uno u otro estado puede producirse con acierto. Reírse, cantar, hablar en época de bonanza es perfecto pues demuestra alegría , pero quedarse sin emitir sonido alguno cuando atropellan tus derechos, cuando te ofenden por asumir una forma de interpretar el mundo, cuando quieren cambiar las estructuras mentales que te hacen ser persona, cuando roban el dinero de todos destinado al funcionamiento diario, cuando con difamaciones se burlan de lo que fue nuestro entorno familiar, social e histórico… no tiene sentido, ni tampoco no transmitir rechazo alguno, quedarse inmóvil como si no ocurriera nada o se asintiera todo lo que con tanta osadía difunden.

La interpretación sectaria de la Historia es la carrera prioritaria de la izquierda y no es baldío su empeño, se han de asentar los años de honradez de los que con tanta prepotencia pregona. Ha mentalizado a la sociedad en general de que ellos son los únicos que cuentan con la verdad absoluta del ayer, del hoy y del futuro. Todo el que discrepe no tiene derecho a hablar, a sentirse identificado con lo contrario a lo expresado por esa izquierda que pone como modelo y de referencia de libertades democráticas a la segunda república. Una etapa desestabilizadora y repleta de violencia es lo que fue ese periodo, lo contrario de lo que difunden sus defensores. En ese empeño de blanquear su imagen, o mejor dicho, de ignorar todas las atrocidades que ocurrieron, no están solos, no son los únicos en difundir relatos míticos sino que también hay otros aliados en ese empeño, los nacionalistas, a los que en trazar un pasado firme, repleto de hazañas aunque sean bulos, nadie supera. Muchos años de farándula ante el silencio del Ejecutivo de turno, tantos que hasta prima el término República por encima del de Monarquía, uno sinónimo de democracia y el otro ausencia del concepto, ¡ignorantes!, no les interesa aceptar que hay repúblicas totalitarias y monarquías defensoras de la libertad.

La insolente respuesta de la Generalidad a la sentencia del Tribunal Supremo sobre los mínimos obligados de la presencia del español en el currículum escolar, no sorprende ya a nadie después de los muchos atropellos infringidos a lo largo del periodo democrático. Ha calado en la conciencia de muchos que los secesionistas catalanes son los abanderados de una causa justa, que han sido privados de su conciencia nacional, cuando en realidad igual que los camaleones han adaptado el color de su piel ante el poder mientras se les llenase los bolsillos de sonoras prebendas. El silencio no es un buen compañero de viaje, permite que por mimetismo otros intenten hacer lo mismo; proliferan lenguas que no han llegado a serlo y se califica a otras de filiales por interés de los supremacistas. Un gran campo de negocios es la lengua, se la coloca en el centro de la diana y proliferan los subasteros, la reina madre del hormiguero.

No hay palabra que se alce para denunciar con firmeza la subida del sueldo de “los representantes del pueblo” cuando instan a aumentar la carga impositiva de la ciudadanía por el gasoil, peajes, la luz, legado de sucesiones, IBI, IRPF…parece que estemos momificados en el Valle de los Faraones. Es intolerable ver en el Congreso de los Diputados la ausencia de los elegidos por las urnas si no hay que votar, sólo entonces en ese mismo instante se personan rápidamente, tienen que seguir en el poder, lo único que les interesa, por esa causa están liderando una opción ideológica. Sería necesario por la igualdad que pregonan, quitarles de la remuneración mensual las veces que no han estado en el lugar en el que están obligados, a no ser que haya una justificación oficial y bien contrastada.

La libertad, la convivencia están en riesgo y no hay una respuesta unánime ante los obstáculos que se están colocando, obstáculos a la calidad formativa de los alumnos, al postulado de la ley para todos los ciudadanos, al respeto a la propiedad privada, a la iniciativa individual en el campo económico. Y ahora se acentúa más la disparidad cuando se dan diferentes respuestas judiciales ante una misma normativa, en unas comunidades autónomas se permiten unas medidas de prevención sanitaria y en otras se deniegan. Casi ya no existe un programa nacional de Estado, el término “España de las Autonomías” ya ha barrido.

El silencio conforta a los buitres carroñeros pues les permite despedazar la presa sin alarma alguna, por eso es obligado que se agradezca el esmerado interés del Gobierno por los dos Consejos de Ministros semanales que nos ofrece en este mes navideño, materia al alcance de los cronistas para referir el proceso de desapego, de mentiras huecas, de compromisos que no duran ni media hora. Pero eso si los relatores no caen en la atmósfera agobiante de lo políticamente correcto y si la mayoría de los ciudadanos no siguen en silencio.

Ana María Torrijos