Era obligado por costumbre animar a los jóvenes en los estudios con frases de aliento y en ellas ocupaba un papel importante el término “profesionalismo”.

Por lo que se aprecia ahora, podríamos estar faltos de él, desde el momento que no dejamos constancia en revindicar con cierto énfasis la corrección en el trabajo. Todos los profesionales deben aportar a la sociedad sus conocimientos de calidad en cualquier ámbito en el que se muevan sea la salud, la ciencia, la cultura…..de ello depende su responsabilidad civil para con el resto de ciudadanos. Gran eficacia en lo que se hace es un ingrediente necesario en cualquier servicio que se preste.

¿Hay verdaderos gestores de lo público? Podría ser la respuesta afirmativa si de la acción política no se hubiera descartado el bien común y en su lugar haber puesto en primera línea otros fines.

Se están tomando unas medidas de gran calado sin consultar a la oposición según estipula la ley, otras sin plantearlas antes al consejo de ministros; el precio de seguir en la Moncloa transforma a partidarios de la destrucción de España en aliados preferentes, a los componentes de Bildu en los intérpretes de la memoria democrática y hasta el abordaje a la independencia del poder judicial puede desembocar en una crisis de graves consecuencias. El ritmo de deterioro es frenético, difícil o casi imposible encontrar algo acertado que haya salido de la mente del señor Sánchez, un presidente que lo único que esgrime en su hacer es “el culpable es el cambio climático”. Los campos arden, el tren de alta velocidad en Extremadura cojea, avalanchas de emigrantes ilegales, precios descontrolados, impuestos tapadera, a los jóvenes complementos monetarios propagandísticos, renovación de cargos sin explicaciones convincentes, todo cabe en esta legislatura antes que dimitir, perdón, para ser más suave, convocar elecciones.

SANTIAGO patrón de España sin el toque emocional que debería, no es festivo en todas las comunidades autónomas y seguro que muchos ciudadanos, sobre todo los más chicos sin saber que es nuestro guía en el santoral.

Demoledor el señalar a todo aquel o aquello que se oponga a la doctrina oficialista como franquista, calificativo que sigue teniendo impacto en la opinión pública lo que ha amordazado a gran parte de la sociedad. Un presidente acompañado de peones de recambio hasta ahora pero que casi ya están agotados, con su falta de ética, de compromiso con el cargo que ocupa, destrozando un país de ciudadanos que deseaba olvidar el pasado para emprender un nuevo camino, escribir en el libro de la historia una página libre de enfrentamientos fratricidas, un presidente como el que se sufre no es digno de seguir en su puesto, de exibirse como la máxima representación del gobierno.

El sentido de la honestidad en el trabajo se debe imponer como pauta obligatoria para todos y más aún para el que ocupa un puesto institucional de gran importancia. Ni transparencia ni rectitud en los comunicados de los distintos ministros y menos del presidente con su dosis grande de manipulación, por eso es imprescindible formar una juventud capaz de ver lo que ocurre a su alrededor, de profundizar en las noticias, contrastarlas y sacar sus propias conclusiones para poder en su momento orientar sus vidas y también participar en el ritmo social.

Después de diez años, una sentencia de un desfalco ocurrido en Andalucía, cientos de millones de euros sustraídos a los ciudadanos y mientras tanto en el transcurso de este largo tiempo hemos tenido que oír que el PSOE mira y trabaja por el necesitado, que es el partido de la honradez. Un país que aboga por tener una democracia de calidad no puede permitir que los procesos judiciales sean lentos en tramitarse, sólo con haberse invertido parte de ese dinero robado en renovar todo el material logístico de la administración, en este caso del sector judicial, se hubiera podido sentenciar las denuncias mucho antes y así impedir que pudiera calar el sentido de fraude, el creer en la corrupción como medio de conseguir mejoras económicas.

Nunca es tarde si realmente lamentamos los niveles de inmoralidad sufridos en la Administración.

Ana María Torrijos