La actual legislatura empieza a ver su final de recorrido. Ésta ha servido para muchas cosas. La primera y fundamental ha sido darnos cuenta de hasta dónde puede llegar la miseria humana y la influencia del ego.
Se nos va a hacer muy larga la travesía en el desierto hasta final de año, con el riesgo añadido de toda la verborrea que puede seguir saliendo de la boca de Don Narciso hasta que vea la bandera a cuadros. Estos meses mantendrá la dinámica de removerlo todo para venderse, a sabiendas de que lo que destroce quedará como deberes para el que venga detrás. Doy por supuesto que los españoles no somos tan imbéciles y, por supuesto, no repetiremos el actual ciclo socialcomunista connivente con los que quieren romper España.
Nuestras sospechas se han ido asentando. Supimos interpretar como era pertinente la famosa epopeya, publicitaria y victimista, del maestro de las poses y las mentiras con sus excursiones por toda España a bordo de su utilitario -el previo al Falcon- lloriqueando ser el macho alfa dentro del PSOE. Integrantes relevantes del socialismo se apresuraron al avisarnos del riesgo que se nos venía encima.
Sus artimañas y, conseguido el objetivo, la limpieza llevada a cabo, depurando el viejo socialismo patrio y sustituyéndolo por esa horda de sanchistas barrigasllenas, nos ha demostrado lo previsible. Lo importante para ellos es el sillón y el sueldo, haciendo viable el voto y las compañías parlamentarias que socialistas como los de antes ni se plantearían.
Seguimos soportando los costes que supone estar gobernados por una persona inmune a las consecuencias que supone mantenerse en la cima. Su ansia lo deja frecuentemente en evidencia, llegando al ridículo que supone mantener como ministra a la Sra. de Iglesias tras la que nos ha liado. Sólo para evitar una crisis de Gobierno que ponga en riesgo la mayoría antiEspaña que hoy le sustenta.
Sánchez pasará a la historia por muchos temas: anteponerse y ningunear al rey, indultar golpistas, eliminar la sedición, pactar de modo preferente con los de Otegi, abusar de los recursos públicos, pero, sin duda, lo que le caracterizará por encima de todo es su capacidad para mentir.
Su don, a la hora de comunicar y vender humo con falsedades, es innegable. Nos considera tontos contribuyentes capaces de soportar sin límite. Su bombardeo de mensajes de campaña, interesados y aprovechando la proximidad electoral, es espectacular. Lo de usar la razón, sobre la base de la verdad y lo posible, es innecesario.
La maquinaria publicitaria y populista de la izquierda ha activado, curiosamente ahora, un tema clave como es el de la vivienda. Nuestro amigo, cinco años después de prometer su cargo, ha visto el filón. Desde fuera, en la vida real, parece pitorreo. Es evidente que lo pretendido con sus mensajes es lograr votos, sin importar las expectativas, ilusiones y necesidades de quienes puedan llegar a creerse ese mensaje electoralista con un futuro frustrante.
Por esta razón, creo que debería implementarse un sistema que acreditase la viabilidad y certidumbre de toda propuesta electoral, haciendo que los programas de Gobierno sean contratos a cumplir y evitando la propaganda falsa, la mentira o la traición al electorado.
No debe estar permitido lanzar al aire mentiras y luego, tras obtener el respaldo, reírse del votante. Con dicha impunidad, junto a la falta de escrúpulos del traicionero, nos ha tocado sufrir, por ejemplo: a Podemos en el Gobierno, que tengamos pactos con los herederos de ETA, la liberación y perdón al golpismo secesionista, la desprotección legal del Estado para seguir en Moncloa o el arrodillamiento ante el líder alauita. Realmente la lista puede ser muy larga.
La mentira interesada no debe quedar impune y, en esto, el actual presidente tiene un verdadero y acreditado Máster. Por eso lanzo la propuesta de que se cree una ley contra el fraude y la falsedad electoralista. Una ley que, propongo, podría pasar a la historia como la “ley antisanchismo”. Mira por dónde, al final sería recordado, como merece, para la posteridad.
Borja Dacalan