El gerundense Roger Torrent, consejero autonómico de la Generalidad catalana y presidente del Circuito de Montmeló, ha quedado señalado por sus decisiones en el recién celebrado Gran Premio de España de Fórmula 1. Una carrera que, desde hace años, tiene lugar en dicho circuito barcelonés.

Sus muestras de sectarismo han sido evidentes. En esta ocasión no ha sido por los tiempos dedicados a los himnos -el nacional de España y el regional catalán- durante la ceremonia de puesta en marcha de la carrera dominical. Parece que ya fue suficiente el ridículo del pasado con un reparto de tiempos exageradamente abusivo para intentar apropiarse del Gran Premio que pone a España en el mapa del Mundial de Fórmula 1.

En este sentido, aprovecho para decir que no es razonable que nuestro Gran Premio sea el único del mundo que incluye, en la solemnidad del momento de las presentaciones, la patochada que supone engrandecer lo regional al tiempo que aminora la presencia y simbolismo de lo nacional. No debería seguirse con esta artificiosa compartición sin parangón, pidiendo a los que mandan que se revisen los términos contractuales y se acabe con esta humillante situación acomplejada que mostramos los españoles con nuestra carrera de F1. Lo de las dos banderas y los dos himnos debería acabar, siendo, como es, el Gran Premio de España. Y, si no hay manera de corregirlo, conviene recordar que hay más circuitos válidos en el resto del país para poder celebrarlo sin que caigamos en el absurdo.

Este año la estrategia de deterioro de la imagen de España ha sido otra. Los impulsos idiotizados del fanatismo separatista han ido en 2023 contra otro símbolo de nuestro país. En esta ocasión, la organización ha evitado la visibilidad internacional de la bandera de España en el circuito, con el increíble argumento de la opacidad, vetando su uso a lo largo del trazado. Una situación no extensiva a las banderas de comunidades autónomas o las de cualquier otro país del mundo diferente al nuestro, que no tuvieron limitaciones para colocarlas donde quisieran sus propietarios. Queda clarificado el perfil de los colocados digitalmente por el separatismo en los lugares emblemáticos.

Dicha limitación a la libertad de los que han adquirido entradas para el evento, desgraciadamente, no es un chiste y obedece a más de lo mismo. No debemos ser comprensivos con el complejo de inferioridad de los que intentan salir de su caos mental a base de sus ínfulas supremacistas.

Aunque les duela, la imagen que quedará del Gran Premio en casa es el abrazo de nuestros dos pilotos, Fernando Alonso y Carlos Sainz, mientras escuchaban las notas a piano del himno nacional español. Es un orgullo para todos nosotros el tenerlos entre los mejores y demostrar lo que sienten sin complejos, como la inmensa mayoría de los catalanes que disfrutamos de sus logros y resultados a lo largo del campeonato.

Javier Megino