En todo proceso social se suceden momentos conformes a la convivencia y otros algo turbulentos, pero si hay libertad para la reacción y ley para marcar los límites, cualquier tensión fortuita o intencionada llega a superarse. Ahora bien si se priva de los resortes imprescindibles en ese escenario plural, de contrastes y de intercambios, el desastre lo destruye todo.

Nuestra democracia ha ido perdiendo estabilidad por no aplicar el mismo baremo a todos los que participan en ella. La ley queda marginada, superada o adulterada cuando interesa proyectar unilateralmente por el poder una única alternativa. El atropello al Estado de Derecho es continuo desde romper la división de poderes, la libertad de prensa hasta pactar con los hostiles a la convivencia a través del Independentismo autor de atropellos a la legalidad o de vítores a los protagonistas de múltiples asesinatos.

Nunca desde el gobierno se han dañado las instituciones de la manera más vil, destruir España y con ella los principios de la cultura occidental. Este dramático desastre se ha ido gestando desde hace años, uno de los primeros manotazos fue la injerencia en la elección de los jueces de los altos tribunales y el último penalizar la publicación de encuestas días antes de las elecciones. Los líderes de los partidos no tienen la función de manipular a la ciudadanía, todo lo contrario tienen la obligación de defender sus derechos, en este caso unas sentencias independientes y una información ajustada a la realidad.

La repetida presencia de Pedro Sánchez en la pequeña pantalla con su precaria veracidad, con el constante afán de achacar a la oposición de ser la causante de la violencia y de todos los males posibles, degrada la acción política y la hace sospechosa de tramas frente al Estado de Derecho. El voto de censura que dirigió a Rajoy con motivos insignificantes al compararlos con los que él protagoniza, muestra dos cosas, por una parte la falta de dignidad del susodicho señor y por otra la candidez de las siglas a las que pertenecía el anterior presidente por no sacarle a relucir su incongruencia. El nivel de valía de gran parte de los políticos es muy ínfimo y sus muestras de ética muy precarias, lo que obliga a exigir un currículum muy completo para ocupar cargos de relevancia y en gran medida a no pasar por alto el mínimo manotazo a la ley establecida.

Muchas de las decisiones que se toman desde el poder presidencial tienen que ser presentadas en el Congreso de los diputados y permitir a las otras fuerzas emitir su opinión, no puede convertirse este proceso en un simple gesto de hacer una lista de decretos en un folio en blanco en estricta intimidad personal o ideológica, y si se altera el redactado ante las nefastas consecuencias de su aplicación que la única replica sea “un cambio de opinión”.

El jefe del Ejecutivo ha preparado su salida del Palacio de la Moncloa en el tan anunciado encuentro televisivo entre los dos candidatos. Un torpedeo constante de interrupciones, adornadas con una sonrisa hierática, regada por gotas de sudor, fue el síntoma más claro de su inminente batacazo en la urnas. Ni en ese momento fue capaz de ajustarse a las pautas de un debate digno del sistema democrático, se mostró falto de estilo, de calidad, de seriedad, de honor pues colocó su cargo a la altura de los contenedores de deshecho. Él, el adelantado de la mayoría de ministros, incapaces de administrar con nota de aprobado, abrió la puerta de la despedida, el inicio de la caída al abismo. La sociedad española merece un representante político a la altura del momento, recuperar los principios que fomentan la libertad, los derechos individuales y la verdadera justicia social.

Sectores económicos abandonados, un nivel educativo deficiente, una juventud sin referente cívico a seguir, que abandere el esfuerzo, la valía, la competitividad, la satisfacción de poder realizarse en el trabajo y de buscar por uno mismo respuestas a todo tropiezo, no puede tener continuidad. Un vacío en muchos ordenes de la vida se ha ido promoviendo sin réplicas asentadas en un lenguaje directo y claro por parte del opositor a esos modelos degradantes de la persona y de la sociedad. De esta sutil manera se han tachado los referentes constitucionales.

Aún se puede revertir el acoso a la libertad si se repasan todas las afirmaciones del presidente antes y durante la legislatura para luego contrastarlas con lo dicho y escenificado en el debate televisivo.

Ana María Torrijos