El próximo mes de noviembre hará dieciséis años de la famosa frase “¿por qué no te callas?” del Jefe del Estado español, el rey Juan Carlos I, al líder del chavismo en el transcurso de la XVII Cumbre Iberoamericana celebrada en la capital chilena.

Nuestro monarca salió en defensa del presidente del Gobierno, en aquel momento el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Un político que, a la postre, ha quedado con un papel secundario en la historia, pese a toda la herencia que nos dejó, al verse superado, con creces, por las fechorías del que le siguió en dicho rol presidencial encabezando la lista electoral del PSOE.

ZP fue, no lo olvidemos, el culpable de la activación del separatismo. La chispa que encendió la mecha al decir que la propuesta de nuevo Estatuto para Cataluña, que surgiese del Parlament, sería del todo aceptada en el Parlamento español sin importar su contenido. Algo imposible al pasarse de frenada en su redactado y sobrepasar los límites constitucionales. Pese a tal metedura de pata ha conseguido convertirse en un donnadie, solo utilizable como enlace con los regímenes del otro lado del Atlántico a los que el sanchismo y sus socios hacen de palmeros.

Esa es la conclusión al comparar la ingenua conducta de un político con evidentes limitaciones, frente a las consecuencias que lleva implícita una arrodillada y sumisa política por parte de un candidato ególatra malintencionado y maligno, como es Sánchez-Castejón. Para éste vale todo con tal de reeditar su cargo como presidente del Gobierno de España, sin importarle lo más mínimo los costes y las consecuencias. Con su aparición logró ensombrecer por completo lo que parecía insuperable.

Ahora, en un ansia desbocada por seguir anclado en el poder, tiene encima de la mesa varias propuestas lesivas para los intereses de España, algo que le importa un bledo. Entre ellas cabe destacar un par. Por un lado, la amnistía de los golpistas sediciosos del 2017, lo que supone que el Estado tenga que pedir perdón, olvidar y pasar página, tras todo lo que supuso la conducta supremacista, abusiva y violenta de los líderes del separatismo y sus hordas. No olvidemos que llegaron a negar la vigencia de las leyes, propusieron otras transitorias al gusto de la minoría sectaria y declararon aquella independencia de vergüenza, unos minutos antes de fugarse en el maletero de un vehículo destino a Bélgica. Y, por otro, para colmo, permitir a los fanáticos separatistas el paranoico referéndum que pretende romper la nación española, patria común e indivisible de los españoles como reza el artículo dos de nuestra Carta Magna. Con el agravio de que dicha decisión, acerca de la soberanía de España, sería solo participando una parte de los españoles, lo que contradice su artículo uno al decir que ésta reside en el pueblo español. Dos quimeras intragables, impulsadas por las pretensiones alucinógenas de una mente falta de escrúpulos, capaz de vender lo que sea necesario para seguir en la poltrona presidencial.

Vamos a confiar en que la figura del rey y su capacidad a la hora de refrendar las leyes frene las intenciones maliciosas de semejante vendepatrias. No perdamos la esperanza al pensar que, llegado el momento, Felipe VI se rebele y niegue la firma de una ley que, entre otras cosas, le ningunea. En caso de pasar por el aro y firmar, su fabuloso discurso del 3 de octubre de 2017 quedará en saco roto. Una rendición que sólo contenta a los enemigos de España en su afán por hacerse con el poder de la nación al arropar al títere sanchista en su investidura.

Majestad, por el futuro de España y la institución que representa, esperamos que emule a su padre con un ¿por qué no te vas?

Javier Megino